A continuación, les voy a narrar el insuceso que me acaeció en una de las caminatas del décimo Encuentro Nacional de Caminantes, realizado en el municipio de Necoclí en Antioquia, pero primero les describo el marco y los antecedentes de este hecho aciago, del que salí afortunadamente ileso.

NECOCLÍ, HERMOSO LUGAR EN EL GOLFO DE URABÁ

El municipio de Necocli está situado en el nordeste de la costa oriental del golfo de Urabá, accidente geográfico formado por una gran porción del mar caribe que penetra profundamente en el continente, que visto en el mapa parece una bolsa abierta por arriba, en sentido vertical norte-sur, que define 2 costas: la oriental y la occidental.

La costa oriental junto con la sur, administrativamente pertenece al departamento de Antioquia, y la occidental pertenece al departamento del Chocó, en su parte meridional, en donde desemboca el caudaloso río Atrato y la parte norte, es de la república de Panamá.

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Urabá es considerada una subregión de Colombia de gran importancia histórica, geográfica y económica, fue y sigue siendo asiento de culturas aborígenes como las etnias Kuna y Zenú, y también fue la puerta de entrada de los conquistadores españoles, allí hicieron sus primeras fundaciones como San Sebastián de Urabá en 1509, fundación hecha por Alonso de Ojeda, que no prosperó debido al hostigamiento que sufrió de parte de los indios, luego Ojeda en 1510 fundó Necoclí.

La subregión del Urabá, tiene un relieve constituido por llanuras onduladas en donde finalizan cadenas montañosas como las serranías de Abibe al oriente y El Darién al occidente; su clima es cálido y húmedo, y su vegetación natural originaria es una selva húmeda, que hoy en gran parte ha sido devastada para construir ciudades y establecer grandes plantaciones de banano, plátano y palma aceitera y pastizales para el ganado, especialmente cebú. Otra actividad económica importante es la pesca en las ricas aguas del golfo.

Necoclí fue erigido municipio en 1978 con el apelativo de “Bastión histórico de América,” su extensión es de 1.361 kilómetros, su población total de 70.000 habitantes, de los cuales 11.000 están en su parte urbana, que vista desde el aire tiene forma cuadrangular con dos de sus lados limitados por el mar.

Sede del 10 Encuentro Nacional de Caminantes

Este bello lugar fue la sede del 10º Encuentro Nacional de Caminantes, que con el lema “Uniendo nuestras culturas” se realizó entre el 1 de junio y el 4 de julio del 2011, al que se inscribieron 1045 caminantes, organizados en delegaciones representando a gran parte de los departamentos y ciudades del país, entre ellas la delegación de Cali con 20 caminantes, entre quienes estaba presente quien escribe este relato.

Dentro de la programación del encuentro, las caminatas son la parte más importante, que se distribuyeron en 3 días: viernes, sábado y domingo. Yo me inscribí y participé, el primer día viernes 1 de junio, en la caminata “Cementerio Indígena”.

CAMINATA CEMENTERIO INDÍGENA

Fue una caminata de nivel intermedio, a la que asistimos unos 50 caminantes; se inició a las 7 de la mañana en las afueras de la ciudad, desde una amplia carretera sin pavimentar, para luego salirnos de ella y entrar a un territorio con largos y ondulantes senderos muy embarrados.

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En el camino vimos planicies onduladas cubiertas de bosques y de pastos interrumpidas por barrancos y pequeños cerros por donde deambulaban libres rebaños de ganado cebú. También encontramos ranchos de madera con techos pajizos y pisos de tierra, en los que se veían la cocina y las hamacas colgadas de los postes que sostenían los ranchos, en las que algunos niños indígenas se balanceaban y nos miraban al pasar.

Centro de Interpretación Arqueológica

Llegamos hasta un conjunto de construcciones en forma de malocas, de madera con grandes techos triangulares de paja unidos por escaleras de madera, era el Centro de Interpretación Arqueológica, allí paramos y nos brindaron información sobre el trabajo de investigación arqueológica de las culturas originarias de la región y visitamos un pequeño museo en el que se exhibían las piezas arqueológicas que habían sido rescatadas.

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También recibimos la merienda: trocitos de cepa de plátano cocidos y aderezados con una salsa dulce, sobre un trozo de yuca cocida servidos sobre un pedazo de hoja de plátano, fue una merienda muy propia del lugar, muy sabrosa que recibimos con agrado. Después de la breve y reconfortante estadía en la maloca, reanudamos la caminata.

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Continuamos la caminata por la prolongación del sendero en que veníamos, estaba muy enlodado y nos dificultaba la marcha, porque el barro se adhería a la suela de las botas haciéndolas más pesadas, y el piso estaba tan liso que al pisarlo patinábamos hasta perder el equilibrio, cuando subíamos y descendíamos por los pequeños cerros o montículos.

Después de una hora larga de marcha nos detuvimos en la cima de uno de los cerritos, para descansar y reagruparnos, desde allí observamos el paisaje, abajo vimos que se extendía una estrecha planicie cubierta de manchas de bosque en medio de pastizales, que terminaba en una playa acariciada por un oleaje tranquilo del mar, eran las aguas que hacían parte del golfo de Urabá.

La orinada casi fatal

En ese momento sentí ganas de orinar, busqué un sitio apropiado para hacerlo, descarté la cima del cerro porque era un espacio reducido que estaba completamente ocupado por el grupo, miré hacia abajo, el terreno descendía formando una curva, a la izquierda se notaba un sendero trajinado por el ganado y a la derecha un espacioso pastizal y un matorral alto a su derecha, pensé ese es el lugar apropiado para satisfacer mi necesidad.

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Bajé y me acomodé al lado del matorral e inicié la placentera labor de la expulsión de orina para bajarle presión a mi vejiga y sentirme tranquilo, estando en el proceso de la micción, percibí que el suelo trepidaba, como si la tierra fuera golpeada por unos cuerpos pesados, el sonido sordo de los golpes repercutían en mi cerebro trasmitido por mis oídos, de inmediato mi mente percibió que me sobrevenía una amenaza, todavía no identificada y disparó la alarma, desencadenando inmediatamente varias órdenes para salvarme del inminente peligro.

Primero ordenó finalizar la orinada; segundo girar mi cabeza hacia atrás para identificar con la mirada el origen del estrépito, reconocí arriba unas formas animales corpulentas grises, eran ¡toros cebú jóvenes! que se precipitaban desde la cima hacia abajo y se dirigían hacia donde yo estaba, este conocimiento del inminente peligro generó la tercera acción salvadora: lanzarme hacia la derecha contra el piso para quedar detrás del matorral contiguo y protegerme.

Al lanzarme intenté quedar lo más lejos del lugar en donde estaba, adentro del matorral, pero mi pie izquierdo se atoró en una raíz y frenó mi impulso y no caí tan lejos como quería, caí acostado boca abajo a unos pocos centímetros del límite del matorral, que fueron suficientes para salvarme; inmediatamente a mi caída pasó el primer toro rozando mi pie y le siguieron muchos más, venían en montonera atropellándose.

Levanté con dificultad mi cabeza girándola hacia atrás para poder ver el desfile de los toretes. Durante los segundos o minutos que duró el paso de la estampida del ganado, que me pareció una eternidad, mantuve mi cuerpo quieto, pero no rígido y mi mente en estado de alerta, esperando con temor controlado que pasara el peligro, finalmente noté que el ruido y los animales iban disminuyendo, hasta que un torete se me acerco, me miró, me olfateó resoplando y luego continúo corriendo para unirse a los demás, era el último torete y cesó definitivamente el estruendo, comprendí que ya había pasado el peligro y que estaba a salvo.

Me quedé un instante quieto, respiré profundo, me incorporé lentamente y caminé hacia la izquierda para salir del matorral hacia el sitio abierto y miré hacia arriba en donde estaban todos los caminantes, los sorprendí mirándome atónitos y todos al unísono me lanzaron la siguiente exclamación: ¡SE SALVÓ!

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¡SE SALVÓ!, ¡ME SALVÉ!

Me uní al grupo para continuar la caminata en su último tramo, algunos caminantes se me acercaron para mirarme y palparme sorprendidos y alegres de verme vivo y sano, y me saludaban llamándome torero y matador. Hacia las 3 de la tarde llegamos a la carretera en donde habíamos iniciado, finalizando felizmente la caminata.

por OMAR SALINAS HERNÁNDEZ
Picolorense