Hacia las 9.30 A.M de la mañana del Domingo 11 de Agosto llegamos a Potrerillo (Palmira) los caminantes: Luz Stella Muñoz, Margoth López, Gloria Esmeralda Obando, Edgar Burbano, Sandra Lucía Prieto A., Marino Velasco, Viviana Lotero, María Cecilia Coronel, Omar Salinas, Laura Orozco, Gloria Cecilia Jordán, Lourdes Carreño y su hijo el niño Carlos, Diva Murillo, Elizabeth Carvajal, Jairo Casanova, Constanza Arcila, Jaime Molano y Olga Martínez y los guías: Edgar Reyes y Gustavo Reyes.

Nos reunimos en la cancha de futbol del lugar y nos presentamos. El guía Edgar Reyes, presentó a su hermano Gustavo como su asistente, quien era muy flaco comparado con la corpulencia de Edgar, Jairo comentó que eran así porque cuando niños Edgar le quitaba la comida a su hermano. Jaime se ofreció a dirigir el calentamiento, en él que se destacó Olga con su movimiento sensual de cadera.

Inicio de la caminata

Luego iniciamos la caminata por una carretera pedregosa y polvorienta, pasamos por un caserío pobre y avanzamos por un amplio y seco sendero, nos detuvimos en un mirador con vista al Valle, en donde tomé la única fotografía del grupo, allí nos alcanzaron y pasaron unos ciclomontañistas y ante la presencia de éstos hombres en bicicleta nuestras jóvenes caminantes se alborotaron, solamente Luz Stella no participó en él, según Jairo fue la única que permaneció incólume sin los arrebatos lujuriosos de sus compañeras. Llegamos por la carretera a la vereda la Quisquina y sentimos el intenso calor.

Entramos en otro sendero por el que ascendimos hasta llegar a la parte alta de la derivación de la Cordillera Central y nos detuvimos en el filo de su flanco oriental. Desde allí observamos hacia abajo el pequeño valle de la quebrada la Tigrera que corre de sur a norte protegida por el cinturón verde del bosque, hasta desembocar al río Amaime que nace en el núcleo de la Cordillera y que fluye de oriente a occidente para desembocar en el río Cauca.

Al norte de donde estábamos contemplamos otra estribación de la Cordillera Central separada por el río Amaime, en donde divisamos el despegadero de parapentes Bello Horizonte, sitio en el que ya habíamos estado y vimos allí una tira de tela blanca con un punto colgado de ella, que se inflaba y arqueaba, subía y caía al suelo y repitió ésta operación varias veces hasta que logró quedar suspendida en el aire y elevarse lentamente, era un parapentista con su ala de fibras resistentes que se lanzaba para volar hacia el Valle.

Hora del almuerzo

Las corrientes de aire eran muy débiles, la atmósfera estaba casi quieta y caldeada, tenía un tono de leche sucia que empañaba el paisaje montañoso y atenuaba las sombras de los escasos bosques. Continuamos bajando y subiendo por el sendero buscando un lugar apropiado para almorzar, porque ya se acercaba el mediodía. En el camino encontramos un guayabal y comimos sus sabrosos frutos. Escogimos un sitio debajo de unos matorrales y arbustos que brindaban una precaria sombra y allí comimos nuestros fiambres; después nos entregamos a un beatífico sueño, que hacia la una de la tarde, fue interrumpido por la voz de Edgar quien anunciaba que ya era la hora de reanudar la marcha, a Edgar le llovieron las protestas por despertarnos.

Seguimos nuestro camino

Nos incorporamos para continuar la caminata, al subir por el sendero alcanzamos el punto más alto: unos 2.000 metros de altitud, luego empezamos a descender lentamente hacia el occidente y volvimos a observar el Valle del río Cauca. Seguíamos por el sendero en dirección sur – norte, cuando Edgar repentinamente cambió el rumbo en dirección noroeste, con el fin de tomar un atajo para recortar una hora de recorrido, de las tres que nos faltaban. Edgar explicó que hizo éste cambio para atender las solicitudes de unas caminantes que estaban muy fatigadas.

Entrando en una escarpada cañada

Aproximadamente a la una de la tarde entramos en la cañada y empezamos a descender por los escarpes y barrancos que parecían las gradas de una gigantesca escalera construida por míticos gigantes, sobre la inmensa mole de roca de granito negro, con escalones esculpidos por los torrentes en las épocas lluviosas, que miden entre 2 y 5 metros.

A los lados de la cañada se elevan las inmensas, centenarias y majestuosas ceibas de robustos y abombados troncos cilíndricos de color verde pálido, tachonados de espinillas leñosas; de los que se desprenden sus grandes ramas, que protegen y dan sombrío a las criaturas vegetales y animales que habitan la cañada. Las ceibas se sostienen con sus formidables raíces, que como garras se extienden y se aferran a las rocas que les permiten resistir el paso del tiempo y soportar las más despiadadas tempestades.

A los lados del barranco crecían abundantes hiervas que con sus largos, y resistentes tallos invadían la cañada y nos atrapaban, cuando intentábamos sobrepasarlas y matorrales con enredaderas de finos tallos, alargados y espinosos que al tocarlos cortaban la piel y también robaban sombreros, cachuchas, gafas y todo lo que pudieran quitar.

En los descansos de las rocosas gradas las arenas, arcillas y detritos arrastrados y depositados por los torrentes que se precipitan por la cañada forman precarios suelos cubiertos por hojarasca que debajo esconden la humedad.

Descendíamos apoyándonos en los huecos, salientes en las rocas y en raíces, ramas, tallos y bejucos que al tocarlos se quebraban y deshacían, dando la impresión de un bosque falso. Afrontamos el descenso con entusiasmo y ayudándonos mutuamente; escuchamos cercana, con nitidez música bailable, que ilusoriamente supusimos provenía del bailadero Puerto Amor, nuestra meta; ya que al buscarlo desde lo alto de un barranco, sólo vimos el follaje verde de la cañada que se extendía varios kilómetros.

Aparición de las abejas

Cuando bajábamos por un barranco, una caminante ubicada en la parte intermedia de la fila, movió una raíz hacia un lado dejando al descubierto un enjambre de abejas, con éste movimiento se les perturbó su tranquila y prolífica labor comunitaria y al sentirse agredidas, salieron furiosas a responder el ataque de sus agresores humanos.

El ataque

Los primeros en ser atacados por las abejas fueron: Edgar Reyes, Viviana y Jaime. Yo y los otros no nos dimos cuenta de éste ataque, porque estábamos adelante dispuestos a saltar por un barranco. Cuando escuché voces que mencionaban a las abejas; en ese momento giré hacia atrás y vi sobre mí, varias cabezas apiladas, con ojos muy grandes, más grandes que los de Stellita, tan abiertos que parecía que cubrían todas las caras, después fui consciente que esas cabezas estaban unidas a cuerpos que se movían convulsivamente hacia delante dispuestos a saltar por el barranco, eran un grupo de mis asustados compañeros tratando de huir de las abejas.

En ese instante Edgar Reyes saltó, contorsionando su cuerpo, maldiciendo y manoteando desesperadamente tratando de espantar las abejas que revoloteaban alrededor de su cabeza, también su tocayo asustado trataba de quitarse las abejas de encima; cuando esto sucedía sentí una quemazón en el cuello, producida por el veneno que me había inyectado una abeja al introducirme su aguijón ponzoñoso y un pequeño cuerpo que penetraba mi oído derecho zumbando a una velocidad endemoniada, logré sacar la abeja y me calé el sombrero hasta tapar mis oídos y las abejas se fueron.

Nos precipitamos lo más rápido que pudimos por los barrancos para alejarnos de éstos furiosos insectos. Cuando descendía por un escarpe rocoso, me encontré con una joven araña negra y peluda, que al verme su cuerpo vibró, ¿tal vez estaba temblando de miedo o me estaba advirtiendo que no la fuera a tocar porque estaba dispuesta a defenderse? Pasé por encima de la arañita sin tocarla.

Después del ataque

Después de avanzar un buen tramo, paramos y el grupo se sentó sobre un barranco cubierto de pasto a esperar al resto de los caminantes que se habían quedado atrás y del cual no sabíamos nada. Este grupo avanzado lo integraban: Jairo, Stellita, Constaza, Gloria Esmeralda, Gloria Cecilia, Maria C.,

Margoth y Lourdes que habían salido ilesos sin picadas de abejas, también el niño Carlos, Edgar Burbano y yo que habíamos sido picados levemente, el niño tenía fracturado un dedo de la mano, después llegó Gustavo. Estellita y yo nos empeñamos en buscar la salida de la cañada, porque ésta parecía que no tenía fin, ya eran como las 4 de la tarde, y estaba oscureciendo; tratamos de salir por la izquierda, pero los altos barrancos, las tupidas hiervas y los magueyes con sus hojas aserradas lo impidieron; tratamos por el lado derecho, pasamos un cerco de alambre de púas y encontramos un potrero abandonado, unas matas de ají pequeño y un sendero que subía por una montaña en dirección contraria a la salida, hacia abajo un abismo y una enmarañada vegetación también impedían que bajáramos, regresamos al lugar en donde estaba el grupo esperándonos y cuando miramos hacia abajo, a unos 300 metros a la izquierda, descubrimos la boca del ansiado sendero.

Descendimos y el grupo se internó en el sendero, en ese momento bajaban por la cañada Elizabeth y Jaime picados y contusos, yo me quedé de último y escuché que gritaron los que iban adelante: ! Este es el camino correcto ¡

Asimilando la situación

Preocupado por la demora del grupo atrasado, pues ya había pasado una hora, y no sabía que les había sucedido, me detuve en la boca del sendero y me puse a pitar para tratar de obtener una respuesta y orientar a los compañeros. Cuando pité por primera vez, me respondieron una serie de fuertes chillidos y una agitación de hojas en la copa de un árbol, sentí que un cuerpo de animal se desplazaba rápidamente sobre el follaje hasta ubicarse sobre mi cabeza; el animal desprendió algunas ramas y hojas que cayeron cerca de mí era un mono que se había alterado con mi pitada.

Seguí pitando y subí por la cañada hasta que escuché voces y me encontré con Laura, que venía bajando y le indiqué la entrada al sendero, luego continué y encontré sentados sobre una roca a Viviana y Marino, quienes estaban visiblemente adoloridos y débiles; Marino me dijo: ya no puedo caminar más, tengo las piernas entumecidas y Viviana (que es medica) me informó: Diva está muy mal con Edgar bien arriba y es necesario solicitar ayuda médica.

Al escuchar a Viviana entendí que las vidas de las personas que habían sido picadas por las abejas estaban en peligro y me apresuré por el sendero hasta dar alcance a los otros compañeros que estaban descansando en un mirador natural, desde el se avistaban: un semiárido declive montañoso con algunas casas y fincas cercanas, la carretera en la parte plana y a lo lejos, los verdes campos cultivados de caña; el Valle estaba envuelto en una bruma, mezcla del humo procedente de la quema de la caña y del vaho de la humedad caldeada y les advertí sobre la gravedad de los compañeros que estaban en la cañada y les indiqué la necesidad de pedir ayuda a instituciones de emergencia por medio de los celulares, una de las caminantes nos hizo caer en cuenta que no era posible hacerlo, porque desconocíamos el nombre y la ubicación del lugar en donde estábamos.

Petición de ayuda

Entonces resolvimos: que algunos bajaran hasta la casa más cercana, que estaba a unos 400 metros, para pedir ayuda y otros se devolvieran a la cañada para auxiliar a los compañeros enfermos; solamente bajamos a la cañada Jaime, Gustavo y yo. Cuando llegamos, Diva bajaba penosamente con la ayuda de Edgar, quien se veía muy estropeado. Cuando subimos por el sendero, Laura y Viviana lo hicieron sin ayuda; Diva con la de Edgar y Marino con mi apoyo, llegamos al mirador en donde los lesionados se sentaron para reposar.

Vimos en la casa de abajo a los compañeros y a un viejo automóvil renault 4 blanco que se alejaba; supusimos que iba a buscar ayuda. Viviana lloraba mientras Jaime le extraía aguijones, Diva se quejaba y sentía náuseas pero no podía vomitar, Marino continuaba vomitando y con sus piernas entumecidas, Laura aquejada por las picadas y con su cabeza rota permanecía silenciosa y Edgar sobreponiéndose a su dolor intentaba comunicarse por medio de su celular con el conductor de la buseta y con José Luis, cuando logró el contacto con ellos le indicó al chofer la ruta para que viniera a recogernos y a José Luis le informó sobre la situación para que organizara la atención médica de los enfermos.

Bajamos con las compañeras y compañeros afectados por las picaduras de las abejas hasta la casa con mucha dificultad, con el apoyo de los bomberos, de Stellita y Edgar Burbano; allí estaban los demás que miraban la escena y varias personas de las fincas vecinas que habían subido para dar socorro a los que lo necesitaran; en ese momento Edgar R. informó: las personas afectadas debían ser trasladadas a la clínica Maranata de Palmira, en donde José Luis había organizado la atención y un campesino nos dijo que el sitio en que estábamos se llama Tablones.

Aproximadamente a las 6 p.m., los bomberos acomodaron en la ambulancia a los caminantes heridos y a Diva a quien la llevaron tan amarrada a la camilla, que se le dificultaba respirar. Marino, Viviana, Laura, Elizabeth y a Edgar Burbano nos subimos en la buseta y partimos hacia Cali.

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por OMAR SALINAS HERNÁNDEZ
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