Cuando digo que embolatarse es diferente a perderse escucho algunas risas y empiezan a salir detractores, el principal, mi papá, quien dice que el español de la montaña es muy amplio, y que ahora resulta que caminar en la noche es seguro y que las montañas son planas, pero para mí, sí hay diferencia.

Cuando uno se embolata, no reconoce el sitio puntual en el que se encuentra, pero hay certeza para dónde se debe seguir, es decir, uno está ubicado, y será cuestión de caminar un poco para encontrar de nuevo algún punto de referencia conocido. Cuando uno está perdido, no hay puntos de referencia, no se sabe para dónde continuar, da lo mismo ir para adelante o para atrás, para la izquierda o la derecha.

Perdidos en el Nevado del Tolima

Lo cierto es que me he embolatado muchas veces, pero nunca me había perdido, hasta aquel día bajando del Nevado del Tolima por su Cara Sur, nos descolgamos más de la cuenta hacia el oriente y en un parpadeo ya no vimos más los puntos de referencia acostumbrados, la montaña se nubló, y de repente estábamos perdidos, perdidos a más de cuatro mil metros, luego de una jornada de 13 horas y con la tarde empezando a caer.

Buscando alternativas para continuar

Un grupo salió en dirección suroriente (ahora que escribo sé que fue esa la dirección tomada, en aquel momento no sabía dónde estaba parado) con el propósito de reconocer algún punto, paso o alguna roca por la que hubiésemos pasado en la mañana y que nos pudiera ubicar. Mientras tanto, sin perder de vista a nuestros compañeros, los demás miembros del grupo nos quedamos quietos analizando un mapa de la zona y contrastando las coordenadas de la montaña en las fotos que había tomado en la mañana con mi cámara contra las tomadas en ese momento para ver si lográbamos algo. Ninguno de los dos grupos logró un buen resultado.

Cuando llegó el grupo que había salido, Diego y yo nos dirigimos en dirección suroccidente con el mismo objetivo del primer grupo, encontrar alguna señal de referencia. Luego de caminar cerca de media hora y de no ver nada relevante a parte de hermosísimos bosques de frailejones, vimos que teníamos señal de celular. Diego sugirió llamar a la policía para que, dándoles las coordenadas de la mañana y de la tarde, nos orientaran hacia dónde ir; era sencillo, izquierda o derecha, no queríamos saber más.

Llamé al 123, lo cual no fue buena idea ya que de inmediato empezó el alboroto. Primero pasaron la llamada a los bomberos porque la policía no es responsable por perdidos en la montaña. De modo que ya habíamos alertado a dos organizaciones. Hablé con un primer bombero y le di mi coordenada en ese momento; lo impactó tanto nuestra situación que la anotó mal. Cuando hablé con un segundo bombero, y le repetí la coordenada me dijo, elevando la voz: “QUÉDENSE QUIETOS, YA SE MOVIERON, NO SE MUEVAN QUE NOSOTROS LES LLEGAMOS”; luego me dijo que ubicara un lugar cercano entre frailejones para pasar la noche y que nos juntáramos para darnos calor, que ellos nos rescatarían.

Cerro Juan Beima desde el Nevado del Tolima

Teta de Juan Beima al fondo

El punto con algunas organizaciones gubernamentales es que desafortunadamente lo que les sobra de voluntad les falta de preparación, así que no podíamos fiarnos de ellos. Quedamos así en una situación más desfavorable, seguíamos sin saber si ir a la derecha o a la izquierda y ahora, además, habíamos preocupado a la policía y a los bomberos.

La llamada salvadora

Llamé entonces a Henry García, montañista de Ibagué quien nos había hecho el favor de alquilarnos tres pares de crampones y piolet, para ver si podía ayudarnos a ubicar. Luego de hablar con su novia, y de paso preocuparla, expliqué a Henry el recorrido que habíamos hecho bajando de la Cara Sur del Nevado del Tolima y posteriormente le describí el único punto de referencia que pude ubicar: era un morro que veía a mi izquierda y que sobresalía de las demás montañas. “YA SÉ EN DONDE ESTÁN, gritó Henry, lo que estás viendo es la Teta de Juan Beima”.

Ya ubicado, me dijo que nos habíamos ido muy a la izquierda, que lo que debíamos hacer en ese momento era empezar a bajar en diagonal hacia el lado derecho hasta encontrar un camino, que si encontrábamos el camino estábamos a salvo. Aquel camino es el que viene del campamento en el que estábamos instalados y que se dirige a los Termales de Cañón (Q.E.P.D), un sitio mágico en el Parque los Nevados.

¿Le hacemos caso a Henry?

Eran cerca de las cinco y media de la tarde, estaba cansado y no quería subir de nuevo hasta donde estaba el grupo esperándonos, hubiera preferido que bajaran, igual debíamos pasar por donde estábamos en ese momento. Sin embargo, Diego y yo subimos hasta donde se encontraban los demás pues había que socializar lo que Henry nos había dicho, y no nos podíamos confiar del todo de la información suministrada por él; en la inmensidad de la montaña puede haber dos morros que sobresalen.

¿Qué debíamos hacer? Lo cierto era que había que empezar a bajar, y tratar de llegar a una altura menor, ya que el frío se hacía sentir. Eso hicimos, y decidimos también hacerle caso a Henry, así que empezamos a caminar hacia la derecha. Empezamos a alucinar, creíamos ver el camino en cualquier lugar. Caminamos cerca de una hora y cuando la luz del día se estaba apagando, se despejó tímidamente la montaña, vimos de perfil a Cerro Negro, uno de los referentes del Nevado del Tolima, y frente a nosotros pudimos leer un letrero que decía “Termales de Cañón”, era un letrero clavado al lado del camino que buscábamos, estábamos a salvo.

Fue una situación muy difícil, de tensión por ser la primera vez que la vivía, en la que comprobé que ante todo se debe mantener la calma para pensar con claridad y tomar decisiones adecuadas.

Ruta errada que tomamos devuelta al campamento

En naranja está la Ruta Sur hacia el Nevado del Tolima
En verde está el desvío que tomamos bajando

por RENÉ ALEJANDRO HUERTAS CAICEDO
Picolorense