A continuación relato lo acontecido el segundo día de excursión al municipio de Versalles en 2004, en el que conocimos parte del cañón del Río Garrapatas.

Versalles amaneció iluminado por el sol y animado por las primeras comuniones, las niñas y los niños acompañados de sus familias, caminaban por las calles hacia el templo para participar en la ceremonia religiosa.

Los 11 caminantes, los dos guías nuestros y los dos guías de Versalles iniciamos la caminata marchando hacia el norte, bajamos por una calle inclinada, pasamos por la galería, la casa campesina y llegamos hasta el final del pavimento en donde se bifurca el camino: a la izquierda una carretera destapada y a la derecha el sendero que sube hacia el noroeste por el cual avanzamos.

A la izquierda vimos la granja municipal y más arriba a la derecha el invernadero en el que se cultivan flores.

Pliegues montañosos, quebradas, ríos y cañadas

Coronamos la cima y hacia el sur divisamos a Versalles y al noroeste observamos los pliegues montañosos repetidos hasta el horizonte. Entre los pliegues cordilleranos corren quebradas y ríos formando cañadas como La Guaira, valles como el del Río las Vueltas y el Cañón de Garrapatas, y los pliegues elevados modelan cerros como el de Paramillo, cuchillas como las del Babal, la Chillona, Pelahuevos y Morroñato, y las serranías de Garrapatas y de los Paraguas.

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Al fondo las cimas montañosas son orladas por las blanquísimas nubes y en lo más alto se abre el azul intenso del cielo. Se ofrece a la vista el color verde en sus múltiples matices de las imnumerables hierbas y de algunas manchas de bosques residuales que cubren las faldas montañosas. Es un basto panorama de montañas potrerizadas habitado y consumido por el ganado, que nos indica el predominio de la gran propiedad territorial.

El héroe en la primera etapa de la caminata, que duró aproximadamente hora y media, fue Octavio que caminó por un largo sendero que subía y bajaba y por un extenso lodazal pisoteado por el ganado, hasta el lugar sombreado y salpicado de cagajón, en el que lo esperábamos con preocupación. Lo notamos satisfecho y sonriente, no solo porque había superado las limitaciones de su by-pass, sino porque lo guió, acompañó, mimó y cargó, la hermosa y risueña Leo. Octavio eufórico exclamó: ¡Más vale un veterano disminuido, que vencido!

Llegamos hasta la segunda casa habitada que encontramos en el recorrido, situada al borde de la carretera y en el límite entre la vereda Costarrica, que habíamos caminado, y la vereda La Guaira por la que íbamos a seguir caminando. Este fue el sitio escogido como final de la primera etapa de la caminata, en el que Doris y Octavio esperaron el campero, que traía nuestros almuerzos desde Versalles, para continuar en él.

La señora residente en la casa le dijo a una caminante: Los estaba esperando, les recomiendo que no se dejen coger la tarde en el río, porque pueden encontrarse con hombres armados vestidos de paisanos. Ella trasmitió esta información al grupo.

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El grupo continuó la caminata por un sendero amplio que seguía las curvas altas de las montañas, que atravezaba potreros y algunos tramos con pequeños bosques y árboles aislados como floramarillos y corales con sus hojitas vinotinto que contrastaban contra el fondo verde del paisaje.

Sobre las ramas de un árbol, estaban posadas varias aves grandes de colas largas y plumas de color café, que al volar desplegaban el abanico de sus colas atravesadas por una cinta blanca. A estas aves las llaman yegua por que su canto se parece a un relincho.

Llegamos aproximadamente al mediodía a la quebrada La Guaira, final de la segunda etapa, al cabo de unas tres horas de caminata. La luminosidad solar era intensa y el calor sofocante. En la carretera el carro nos estaba esperando, Zoila y Vicky que venían mal se adelantaron para subirse en él, el resto del grupo nos detuvimos para deliberar sobre la conveniencia de continuar la caminata o seguir en el campero.

Continuando el recorrido en jeep

El grupo decidió continuar la tercera etapa del recorrido en el carro, primero por la recomendación de la señora y segundo porque teníamos que caminar más de dos horas para llegar al río y el calor aumentaba. Si se hubiera continuado la caminata habríamos expuesto el grupo a un riesgo anunciado.

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El carro en el que nos transportamos es un jeep o campero pintado de color rojo vivo, que tenía amarrado un moño morado en la rejilla del radiador. El conductor nos dijo que el moño era una señal de luto por un compañero motorista que había sido recientemente asesinado por los hombres que tuvieron sitiado a Versalles, cuando les desobedeció la prohibición de transportar gasolina al pueblo.

El jeep después de un corto descenso, subió hasta la cumbre de la montaña que separa la cuenca del Río las Vueltas y el Cañón de Garrapatas. Nos detuvimos para admirar la inmensa grieta telúrica cincelada por el río Garrapatas, que fluye rápidamente desde el noreste hacia el suroeste para unirse al río San Juan en el Chocó. Sus dos laderas casi simétricas, declinan abruptamente desde unos 1.600 metros de altitud, hasta el río a unos 970 metros. Estas laderas muestran grandes parches cercados con diferentes matices de verde: son potreros en los que se rota el ganado.

Sonidos ocultos de la naturaleza

Gracias al silencio, debido a la ausencia del ruido humano, fui conciente de los sonidos ocultos de la naturaleza, del crujido del pasto que crece, del trepidar de los rayos solares que calientan, del zumbido del aleteo de los insectos y pájaros que vuelan, del burbujeo del ganado que rumia, del rumor de las aguas que se deslizan, del silbido de la brisa imperceptible, del aire que sube y de los movimientos profundos de la tierra que se acomoda, sonidos sintonizados en una sinfonía natural.

Eramos el único grupo, en el único carro, un punto humano en comunión con la naturaleza.

¿Por qué no se ven campesinos?

Al continuar hacia el río, le pregunté a Leo ¿por qué no se ven campesinos?, “porque los campesinos acostumbran ir al pueblo los domingos por la mañana a mercar y regresan a sus fincas al caer la tarde”.

¿Pero a cuáles casas, a excepción de las dos casas habitadas que encontramos, solo hemos visto potreros con ganado, una finca con cultivos y unas casas abandonadas?, a lo que Gabriel responde, “antes en estas tierras existían muchas fincas productivas y bosques, después llegaron los ricos y las compraron, sacaron a la gente, destruyeron las casas, arrasaron los cultivos y talaron los bosques para sembrar pasto y extender ganado.”.

¿A cuántos propietarios pertenece toda esta tierra?, el turno de responder es para Leo, “toda esta tierra pertenece a unas cuatro familias.”.

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Hacia la 1.30 de la tarde llegamos al Río Garrapatas, cuyas aguas turbias corrían debajo del puente, sobre su lecho pedregoso. Algunos caminantes nos bañamos en sus frescas aguas.

Nos acomodamos para comernos los viaos: una suculenta presa de pollo, papa, yuca y arroz mojados en un delicioso hogado, todo impregnado del agradable sabor de la hoja vegetal.

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A las 2.30 pm iniciamos el regreso y a las 3.30 pm estuvimos en el pueblo.

De nuevo en Versalles

En el parque, unos pocos jeeps repletos de campesinos y de bultos se aprestaban para partir. Una cabalgata masculina desembocaba en el parque, se escuchaba una canción mexicana que emitía un equipo de sonido portátil que colgaba de un caballo, de los cinturones de los jinetes pendían cartucheras que guardaban canecas de aguardiente.

En las paredes estaban fijados carteles que invitaban a las mujeres a una cabalgata femenina para el siguiente día a las 2 de la tarde.

La vida nocturna en Versalles

Por la noche, después de cenar, salimos acompañados por Leo. Cuando paseábamos por las calles del parque central, vimos sobre el techo de una cafetería a un grupo de jóvenes que bailaban y en una esquina, a un destacamento de la policía en estado de alerta.

Ingresamos a una calle contigua al parque, «La calle del pecado de Versalles». Se escuchaba música bailable, difundida moderadamente por los equipos de sonido de los establecimientos de diversión, a los que entraban sobre todo gente joven.

En este sector vimos la mayor concentración de personas, y en los andenes algunas ventas callejeras. Sobre el cordón de un andén estaba sentada una mujer vieja pero conservada, de piel blanca y maquillada, vestía un adornado traje blanco y ceñía en su cabeza una elaborada corona dorada, ella es la «Reina de Versalles», es un personaje típico, dijo Leo.

Nos ubicamos en un sitio desde el que observamos el movimiento de la gente, donde diriéndome a Leo, hice el siguiente comentario: En los dos días que hemos estado en Versalles he observado poca gente en sus calles y en el parque, solo hoy por la noche he visto la mayor aglomeración. Tampoco he escuchado la confusión de músicas a alto volumen, ni tumultos de gente embriagada haciendo escándalo, como lo he observado en otras poblaciones en salidas anteriores.

Extrañado por ésta situación le lancé la siguiente pregunta: ¿Será que este comportamiento excepcional de la gente de Versalles, comparado con el de otras poblaciones, es una anomalía ocacionada por la peligrosa situación que ha padecido?

La tranquilidad de Versalles

Comprendí que mi interrogante estaba fundado en una percepción equivocada de la realidad de Versalles, al escuchar la respuesta de Leo:

Lo que usted ha observado en Versalles este fin de semana es lo normal, siempre ha sido así. Los Versallenses salen al parque, principalmente los domingos por la tarde y por la noche, a encontrarse con sus amigos y a divertirse moderadamente.

También contribuyen a mantener este orden las autoridades municipales que imponen un control efectivo a los establecimientos de diversión, a los que les han fijado un límite de horario a su funcionamiento.

Los servicios y programas que ofrece la Casa Municipal de la Cultura a los habitantes, y especialmente a los jóvenes que los mantiene gratamente ocupados: la biblioteca, la banda marcial, las agrupaciones de música colombiana, como “Patio de Brujas”; las danzas y la pintura. Los jóvenes ofrecen a los visitantes las “noches bohemias” los fines de semana.

A las 9 de la noche sentimos la caricia de la neblina que difuminó las figuras de todo lo que estaba al alcance de nuestra visión. La neblina es el atractivo natural de Versalles, que abunda en Junio, mes en que los versallences celebran las fiestas de la neblina que este año la han trasladado para Octubre.

El placer que experimentamos al sentir la neblina fue breve, al caer la temperatura se convirtió en una fina llovizna que humedeció las calles y las casas y decidimos irnos a dormir.

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por OMAR SALINAS HERNÁNDEZ
Picolorense