Tercera Jornada – Sábado 7 de Abril

La Primavera – Laguna del Encanto (opcional: borde de nieve Nevado del Tolima) – La Primavera

Antes de partir, Pacho dio la siguiente instrucción:

«Los que van a ir hasta el borde de nieve, deben llevar linterna y formarán un grupo aparte que irá adelante.»

Después de desayunar y de realizar el calentamiento que dirigió Diego, el grupo descendió por una pendiente hasta el fondo del valle y allí se detuvo; el valle estaba iluminado por el sol, las nubes ocultaban las montañas asentadas al oriente, entre ellas: el cerro La Pirámide y el Nevado del Tolima; al sur un mar de nubes cubre el valle de Cocora.

Óscar, un local muy conversador

Nos acompañaba Óscar con su perro Dólar, el manso y amigable pastor alemán. Óscar es un niño saludable de 10 años criado en el páramo, hijo de Doña Mabel, su piel es blanca, su cuerpo es robusto sin ser obeso, en su cara redonda con mejillas de manzana brillan unos vivaces ojos negros y sobre su cabeza se asienta su bien peinado pelo negro.

Óscar calza botas pantaneras de caucho, lleva puestos jeans, va enfundado en su acolchada chaqueta negra, cubre su cabeza con una gorra negra y carga a sus espalda una pequeña y colorida mochila. Tiene sujeto a Dólar que está sentado sobre sus patas traseras, con sus orejas agachadas y su cola contra el suelo.

«Hay que llevarlo amarrado, sino se devuelve a la casa», explicó Óscar.

Después de la sesión de fotografía, el grupo continuó por un sendero húmedo, que transcurría por un terreno entre plano y ondulado. Después de media hora de camino, gritaron ¡reúnanse, que Óscar va a contar una historia!

Las historias de Óscar

«Debajo de este charco, (Óscar señala el charco con el dedo) está enterrado el caballo Colimocho de mi abuelo, dice Óscar. Hace años cuando mi abuelo venía montado en Colimocho el caballo se mareó, se cayó y se murió; antes el caballo había sufrido de mareos, para curarlo le cortaron las orejas, pero como se las habían cortado mal volvió a enfermarse.»

Más adelante, al pie de un barranco, Óscar contó la siguiente historia:

«Allá abajo estaba cuidando un rebaño de vacas, cuando salió un puma y saltó sobre una vaca y le cortó el cuello de un zarpazo, la vaca murió y el puma se la quería comer, yo cogí una peinilla para espantarlo, pero mejor no lo hice, le di la peinilla al señor que me acompañaba que le pegó un peinillazo y el puma salió corriendo.» ¿Osquítar cuando sucedió?
«Cuando yo tenía 4 años y ahora tengo 10.»
«Otro día, por aquí cerca otro puma atacó una oveja, le metió las uñas en un ojo y se lo dañó, pero logramos espantarlo y la oveja se salvó.»

Pasamos por un lado de la casa de Aquilino, en el frente de la casa estaban sentados un campesino con su mujer y sus hijos, los saludamos y el campesino respondió al saludo y nos recomendó que cerráramos los broches.

Pacho explicó:

«Aquilino fundó la finca hace unos 20 ó 30 años (La Primavera existe hace unos 15 años), sembró cultivos de papa y pastoreó ganado de leche, pero hace unos 3 años se fue a vivir a Salento aburrido de las “vacunas” que le imponían los guerrilleros»

Desde el sendero, a gran distancia vimos una casa situada entre el valle y la montaña.

«Es la casa de la hacienda Japón», indica Pacho.

Llegando a la Laguna del Encanto

Hacia las 10 de la mañana y a los 3.880 msnm. avistamos parcialmente la laguna del Encanto. Subimos hasta la cima de una loma y la vimos plenamente. La lengua deforme de la laguna, hija del glaciar del Tolima que la sigue alimentando gota a gota, se encuentra enclavada en la parte más honda del valle escavado por los glaciares del cuaternario temprano.

En la superficie acerada de la laguna se dibujan varias ves, formadas por las estelas de los patos que nadaban sobre ella, y las laderas pardo-amarillas de las montañas, cubiertas de frailejones y pajonales, descienden suavemente hasta sus orillas. El ambiente es gélido, la temperatura está próxima al punto de congelación, las nubes estacionadas sobre el suelo nos mojan y enfrían con sus finas gotas de agua.

Pacho invitó al grupo avanzado a continuar la caminata hasta el helipuerto (a 4.800 msnm. borde de nieve del volcán): Aníbal, Doris, Alejandra, Heidi, Johan, Juan Carlos, Mauricio, Leonardo y yo, además René que nos acompaña como guía y Óscar sin su perro Dólar que se había devuelto y nos advirtió:

«Arriba sólo encontraremos: frailejones, frío, agua, barro y arena.»

Ascenso hacia el Helipuerto, Nevado del Tolima

Todos aceptamos el reto menos Aníbal. Sobreponiéndome a mis dudas y al frío que me encalambraba las piernas, emprendí con decisión el fuerte y prolongado ascenso con pasos cortos, continuos y firmes hasta que todo mi cuerpo, hasta la última célula se fue entonando, y dirigido por mi mente fui experimentando mi comunión con la naturaleza.

Llegamos a la primera cima, nos detuvimos, hice algunas fotos. Continuamos por una explanada cubierta de frailejones y pajonales, luego subimos por otra fuerte y muy larga pendiente, escasa de vegetación, cubierta de arena y de guijarros hasta culminar el ascenso en el cerro El Calvito a 4.200 msnm, como a la 1 de la tarde.

El frío, la humedad y los últimos frailejones dominaban el paisaje, habíamos llegado hasta la transición entre el páramo y los arenales del volcán. Frente a nosotros emergió la pendiente arenosa y muy empinada del cono volcánico del Tolima, sobrepuesto sobre el dorso de la Cordillera Central, mole rocosa de perfecta simetría, construida por la acumulación de las lavas viscosas eructadas desde el profundo e incandescente magma.

Tomar la decisión de regresar, ante un mal clima

Tuvimos una visión muy parcial del volcán, las nubes gigantes lo abrazaban casi por completo. Pacho observando el sombrío panorama desistió de continuar hasta el Helipuerto.

«Hasta aquí llegamos, nos devolvemos», sentenció Pacho, pero quedan invitados para que hagamos cima en una próxima ocasión, vayan consiguiendo el equipo necesario.

Descenso desde El Calvito, Nevado del Tolima

Descendimos rápidamente por una ruta distinta a la que habíamos subido, llegamos a la planicie, cruzamos el río y a las 3 de la tarde nos sentamos a descansar y a comer. Hacia las 5 de la tarde terminamos la jornada.

Ya en la casa nos dispusimos a descansar y a cenar. Varios caminantes (hombres y mujeres) hacían cola en la puerta de la ducha, que a pesar del frío se iban a duchar. A propósito de los caminantes que se duchaban, Pacho comentó:

«El verdadero caminante tiene dos cualidades: la primera, solo se baña en la casa y la segunda tiene amnesia selectiva (olvida solo los malos momentos).»

¡El volcán, el volcán, vengan a ver el volcán, está despejado, vengan a tomar fotos! Gritaron. Fue un momento emocionante, todos corrimos a disfrutar la magnífica visión.

«¡Papacito, papacito, te amo!», exclamaba Ruby dirigiéndose al volcán.

Al fin las nubes se habían disipado y le permitían al padre Tolima que se mostrara nítido sobre el profundo azul del cielo, con su cima coronada por su penacho de nieve blanquísima y con su esbelto cuerpo empinado, arenoso y negro. Los caminantes tomaron fotografías teniendo el volcán como fondo.

Visita de un grupo de motociclistas

Después de cenar, los latidos de Dólar y el rugido de motores nos alertaron,

«Vienen 2 motociclistas», gritó Óscar, y corrió para abrir el portillo. Los dos motociclistas entraron en la casa, estacionaron sus potentes motos y se quitaron sus trajes especiales.

«Llevamos 2 días viajando desde Bogotá, hemos recorrido el Parque desde Manizales y el Nevado del Ruíz, mañana regresaremos por Cocora», explicaron los motociclistas que fueron acogidos por los huéspedes de la finca.

«Mañana tenemos la última jornada hasta Cocora, lo que hicimos en 2 jornadas nos toca hacerlo en una, tenemos que salir a las 6 de la mañana hay que levantarse a las 4» indicó Pacho.

Cuarta Jornada – Domingo 8 de Abril

La Primavera – Estrella de Agua – Cocora

A las 8 de la mañana iniciamos el regreso. Era un día tibio, sin lluvia y con sol. Martha Inés regresó a caballo. Los caminantes alegres y renovados emprendimos el prolongado y difícil ascenso que nos condujo al valle de los perdidos y al Páramo de Romerales, para luego descender por el prolongado y tortuoso sendero hasta Estrella de Agua y continuar descendiendo difícilmente hacia el Valle de Cocora.

Los niños del páramo

Óscar, su linda hermanita Natalia de 7 años y la hermosa Maritza de 14 años, hicieron el camino de regreso con nosotros, después de pasar sus vacaciones de Semana Santa en La Primavera; volvían a Salento para continuar estudiando en sus colegios: Natalia el 1º, Óscar el 5º y Jennifer el 9º. Jennifer además de sus estudios básicos, estudiaba el violín y estaba ilusionada con la próxima celebración de sus 15 años.

Los niños se divirtieron en el camino de regreso: corrieron, saltaron por los difíciles senderos, se resbalaban, caían, embarraban la ropa, golpeaban sus mochilas y se levantaban inmediatamente como un resorte para continuar corriendo alegremente; mientras los caminantes nos desplazábamos con mucho cuidado y sigilo para evitar el resbalón o el tropezón y caernos.

Los niños hacían travesuras con nosotros: ofrecían ayuda, cogían de las manos a los caminantes y los guiaban hacia las peores partes del sendero: las más enlodadas o húmedas o se les atraviesan en el sendero y cuando alguno se caía, se mojaba o se embarraba los niños se reían. Óscar corre para adelantarse a Pacho y le grita burlonamente:

«Pachito, no caminas nada, eres muy lento».

Pacho le responde con el estribillo de una canción:
/ ¿Quién tiene la peste? /
Óscar le responde, señalando a Pacho:
/Este/este/

Final de la aventura en el Parque Natural los Nevados

Después de Estrella de agua, los niños se adelantaron con Aníbal, Doris Mauricio y Arley corriendo y tomando atajos llegaron de primeros a Cocora. Después hacia la una de la tarde llegamos con Pacho: Leonardo, Juan Carlos y yo. Leonardo y yo bajamos con nuestras mochilas al parqueadero, encontramos a Laura desmontando su punto de venta de productos derivados de la coca, me regaló un vaso de bebida de coca y se despidió:

«Se acabó la Semana Santa, los turistas se fueron y se acabó la venta, hasta la próxima.»

Entramos al restaurante y pedimos una trucha al ajillo y la compartimos con sendas cervezas para celebrar la terminación feliz de esta aventura alegre y apasionante.

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