Hoy reflexionaba con mi hijo mayor sobre el deporte y recordé mi experiencia en el triatlón.

Yo siempre fui muy aficionado al deporte aunque tengo las capacidades físicas normales tirando a bajo con respecto al promedio de la población. Así pasé por casi todos los deportes, con algunos (pocos) destellos de gloria pero eso sí, muchos momentos de satisfacción personal.

LLEGUÉ POR ACCIDENTE A LA TRIATLÓN

El triatlón llegó accidentalmente cuando estaba practicando ciclismo de pista con un grupo de amigos a nivel aficionado. Competíamos los viernes con los juveniles y mayores de la liga y el mayor triunfo era terminar la prueba sin ser eliminado por perder dos vueltas. Terminé dos o tres carreras en un año y me sentía fuerte.

Necesitaba entrenar más fuerte pero no quedaba tiempo. Dos horas diarias de transporte al trabajo en un bus eran un desperdicio y un día me subí a la cicla a las 5:00 AM y zaz, nuevo entreno: ir al trabajo en bicicleta. Cali-Yumbo todos los días, eran 42 km diarios, más la salida del domingo en el lote del sur y de vez en cuando subir al 18 y bajar al 30 con el regreso. Eran más de 10.000 km al año.

Ese año (2002) comencé a terminar con más facilidad las carreras de pista e incluso disputaba uno que otro embalaje con los élite. Pero si embalaba no podía luego seguir el ritmo y arriesgaba la finalización de la prueba. Como les decía, era un deportista del montón tirando a flojo pero eso sí, con muchos kilómetros en las piernas. Era como el brutico del grupo que estudia toda el año y no queda de último.

De pronto se cayó el techo del velódromo de Cali y me quedé sin programa. No había luces en la reparación del techo. No habría más competencias los viernes de pista, no habría mas embalajes bestiales con el corazón palpitando en la garganta.

La accidental invitación a Comfandi

De pronto y por accidente me invitaron a una triatlón a Comfandi. Yo pensé que era para ir a ver y dije que si, interesante. Resulta que era a correr, y el amigo que me invitó era un completo patacón. Pensé que por lo menos de último no terminaría y corrí, un sábado por la mañana del año 2002, mi primera triatlón de distancia sprint (750 m de natación, 20 km de ciclismo y 5 de carrera a pie), acompañado por mi amigo Javier Morales.

La experiencia fue un viaje sin retorno. Jamás había sentido algo similar haciendo deporte y empezó un disfrute que me duró otros dos añitos más.

Lo que me cautivó del triatlón es que sentía el organismo de una manera intensa. Algunos deportes eran intensos, por ejemplo el ciclismo, el polo acuático, otros eran emocionantes, el voleibol, el tenis de mesa, otros eran durísimos como el rugby subacuático o el Judo, otros místicos como el montañismo. El triatlón era una experiencia de meditación deportiva, era el kamasutra del deporte, la máxima experiencia de las sensaciones fisiológicas. Me explico.

Primero es el reto, aunque eso solo dura las primeras carreras. Corrí unas 40 carreras de triatlón y todas las terminé, desde una sprint hasta un medio Ironman. Terminar es facilísimo, no es un deporte de superhombres, primer mito destrozado el primer mes.

SENSACIONES EN MI PRIMERA TRIATLÓN

Las sensaciones. Recuerdo la primera triatlón, nadar no era lo más fuerte para mí porque llevaba varios años haciendo ciclismo y las piernas me pesaban como lastre.

Salía del agua con las piernas gelatinosas a pedalear y no rendía. Sentía cada músculo que no funcionaba. En medio de la carrera en bicicleta algunos músculos se recuperaban de la fatiga y otros se fatigaban por el nuevo esfuerzo. El esfuerzo era un complejo ajedrez de sensaciones, de pequeños desfallecimientos y recargas de energía.

Luego llegaba el atletismo y aparecían otros músculos, otros dolores que no sabía que existían. Nuevamente en crisis y gracias a los miles de kilómetros en bici, un nuevo resurgir y terminar la prueba picando en disputa del 20 o 30 puesto, no lo sé.

Triatlón bicicleta San Andrés

Calor infernal en San Andrés


Y en medio de todo ese cúmulo de sensaciones nuevas y extrañas, el corazón bombeando al máximo, los pulmones trabajando al límite. Me doy cuenta que el máximo no es lo mejor. Si doy el máximo en pocos minutos me agoto y entonces debo dosificar. ¿Qué tanto? Pues no se sabe porque no conozco mi cuerpo.

ENTENDIENDO MI CUERPO

Empieza entonces un proceso de diálogo con el organismo. Aprendí a sentir cada musculito de mis piernas, entendí cuales tenía que fortalecer y cuales atenuar para ser un equilibrado triatleta. Cada día fui mejor corredor de a pie y más regular ciclista, pero mejor triatleta.

Estudié qué músculos tenía que fortalecer para nadar mejor, cual era la alimentación adecuada para tener un buen hígado y producir energía más fácilmente durante las competencias.

Cuando iba encontrando mayor equilibrio físico aparecía la limitante mental. El cuerpo ya podía con el esfuerzo, me iba aproximando un poco a los buenos y encontré una nueva sensación que no había experimentado anteriormente, el dolor del límite físico.

Ya conocía mejor mi cuerpo, sabía que podía correr a 4:20 por kilómetro en una triatlón de 5 km y a 4:50 en una de 10 km, pero ¿era ese el límite?. Si podía correr a 3:40 – 3:50 por minuto para 5 km y 3:55 – 4:00 por minuto para los 10 km de atletismo, seguro podía mejorar mis tiempos en triatlón. Había una limitante mental, el dolor.

SOBREPASANDO EL LÍMITE DEL DOLOR

Somos una sociedad dolor fóbica donde el dolor y el sufrimiento están asociados a falta de billete. ¿Te duele la cabeza? Tómate algo, lo primero que le dicen a alguien. Pero pocos dicen: ¿Por qué te duele la cabeza?. Yo decidí entender y escuchar mi cuerpo y aceptar el dolor como un mensaje de advertencia que merecía atención. Si me duele la cabeza mi cuerpo reclama algo, debo descansar, debo relajarme, debo dormir. Si me duele el estómago debo comer bien, debo eliminar lo que mal comí, debo escuchar mi cuerpo y asumir las responsabilidades de mis acciones.

No vivir el cuerpo y sus dolores es negarse una experiencia de vida que hace parte del significado de estar vivo y consciente. Pero eso es carreta, sigamos con el triatlón.

Estaba mejorando el equilibrio físico y comencé a experimentar en los límites. En una ocasión recuerdo haber salido a entrenar en ayunas con un banano y un tarro con agua con el reto de correr la máxima distancia antes de agotar la reserva de glucógeno en la sangre. Sabía que si corría a 7 minutos por kilómetro, el hígado entrenado alcanzaba a producir energía suficiente, el banano me daba potasio y el agua se podía ir recargando en algún sitio. Ese día corrí 36 km y terminé feliz, había hablado con mi organismo por varias horas, fui midiendo mis sensaciones a medida que bajaba el combustible, sentí cómo reaccionaba mi organismo, desde la sensación de hambre, hasta la recuperación de energías y luego la concentración para ir avanzando en una carretera que me conducía a mí mismo.

El dolor podía llegar pero ya no era llamado así, se comenzó a llamar esfuerzo y representaba orgullo de armonizar la mente con el organismo y la voluntad.

El triatlón se convirtió en una meditación, en un conversatorio primero físico y luego con mi voluntad, sin importar si llegaba adelante o más atrás.

Tal vez Tere nunca haya comprendido una expresión posterior a una carrera en el lago Calima: !Amor, he comenzado a disfrutar de las carreras independientemente de los resultados¡ La respuesta de Tere, llena de humor fue: !Con esos resultados no tenías otra opción¡

En verdad si tuve algunas opciones, hice tres podios en categorías de aficionados y unos buenos puestos entre los 5 primeros de mi categoría en carreras a nivel nacional. Mi mejor carrera tal vez fue en Girardot, en el campeonato nacional del 2003, donde terminé de 7 entre unos 18 o 20 de mi categoría y corrí los últimos 10 km a 40 grados en unos 48 minutos.

Pero como les dije, aunque la vanidad es cosa jodida, los puestos no eran mi búsqueda en este deporte, por lo menos al final del ciclo.

Podio en triatlón

Popayán 2002


En el medio Ironman de Calima tuve una experiencia que me enseñó muchísimo. Hice una pésima natación porque se me ocurrió a última hora ensayar un traje de neopreno que resultó ser un lastre terrible. Decidí entonces darle a muerte en la bici y logré recuperarme hasta un poco por detrás de la mitad del grupo, éramos unos 60 ó 70 competidores incluyendo los élite. Fue un ciclismo de 90 km con sube y bajas que hice con buenos tiempos.

En ciclismo quedé de 17 entre todos. Fue un gran error. No supe dosificar y me bajé de la bici vacío a correr 21 km eternos. En el km 2 de 21 me dan calambres, me siento en la carretera, pienso en abandonar, sin dramas, sin tragedia, aceptando el error, es imposible otros 19 km con las piernas saturadas de ácido láctico. Decido abandonar y camino lentamente hacia algún sitio donde pueda subirme a un carro y llegar donde mi familia. Ese carro nunca llega y parece que para abandonar tengo que llegar a pie a la meta, que ironía.

En medio del fracaso y de la renuncia, mi organismo se recupera un poco y me invita a continuar. Decido seguir y termino esa triatlón muy lento pero lleno de sensaciones positivas, de emociones de diverso tipo, con la mirada perdida por la saturación de imágenes, de recuerdos, de los éxitos y fracasos que viví en esas seis horas y que me dejaban una experiencia de vida.

LO QUE ME LLEVO DEL TRIATLÓN

El triatlón me enseñó cantidades y me dio alegrías inmensas. Descubrí mi cuerpo y me di cuenta de todo lo que significa mover un músculo, me di cuenta de su grandeza y de sus limitaciones. Descubrí que mi voluntad tiene un límite y que se debe acompañar de la prudencia y la preparación, no hay milagros en la vida real.

Me di cuenta que antes de abandonar hay que caminar un poco junto a las dificultades y posiblemente ellas mismas me sacarán de la crisis. Nadé en lagos, mares y piscinas, pedaleé en San Andrés, en Villavicencio, corrí por las calles de Girardot, de Armenia y tantas más, me caí, me paré, pero sobre todo: VIVÍ INTENSAMENTE.

Con Carmenza Morales

Carmenza Morales (a la derecha, jeje) Campeona Nacional por muchos años, podio en Ironman


Triatlón Calima 2002

Triatlón Calima 2002


por ANDRÉS FELIPE JARAMILLO SALAZAR