Después de amanecer en la maloca de William nos levantamos temprano y nos fuimos para Leticia. En la casa de Alejo desayunamos, alistamos nuestros equipajes y salimos hacia el muelle para abordar el bote que nos trasportaría por el río Amazonas hasta Puerto Nariño.
Bajamos por una mojada, a lado y lado se notaban locales en los que se exhibían diversas mercancías. Llegamos al muelle Victoria Regia que estaba en la orilla de una amplia corriente natural de aguas oscuras, sin meandros.
Caminamos por el malecón, pasamos por el lado de numerosos ventorrillos en los que se vendía comida y artesanías y entramos en un gran edificio de construcción moderna que debía ser la sede del muelle y de la oficina de turismo.
Descendimos por una escalera de madera hasta el muelle flotante en donde estaba fondeado el bote público en el que íbamos a viajar.
Entre el muelle flotante y la orilla del malecón, abajo en el río flotaban desordenadas, numerosas embarcaciones pequeñas: flamantes botes de trasporte público y humildes canoas, unas techadas y otras con rústicos techos de plásticos negros y de colores, ocupadas por familias indígenas.
También flotaban amarradas varias construcciones de madera y techo de zinc, utilizadas como restaurantes, cantinas y gasolineras.
El bote en que íbamos a viajar, era de fibra de vidrio con techo, blanco y azul, tenía una cabina para el piloto y 12 cómodos asientos para los pasajeros. Entramos al bote por una estrecha puerta y nos acomodamos.
El alto y corpulento Hans lucía alegre, con su gran cabeza redonda y rapada y su cara rubicunda mostraba sus grandes ojos bien abiertos y una amplia sonrisa que dejaba ver sus grandes dientes blancos y bien alineados. Beto, bajito y robusto vestía una chaqueta verde con su cabeza cubierta por la capucha, su aspecto era entre serio y relajado, la parte baja de su cara estaba enmarcada por una barba y bigote entrecanos y su boca insinuaba una sonrisa que expresaba satisfacción.
El motor del bote rugió y expulsó un humillo gris con olor a aceite y se movió en reversa para salir del muelle y se enrumbó aguas abajo, hacia el río Amazonas. En el corto recorrido por el río vimos en las orillas inundadas emerger palafitos de una y de dos plantas, eran las humildes viviendas de los nativos.
Al cabo de 15 minutos, las orillas del río se alejaron y se abrió una inmensa superficie acuática, habíamos entrado en el río Amazonas. En el horizonte al frente se veía la planicie arenosa de la isla Santa Rosa y enseguida la isla la Chinería, éstas y otras se han ido formando desde hace 70 y 20 años respectivamente, debido a la acumulación de los sedimentos trasportados por el Amazonas, traídos desde la cordillera de los Andes, en donde nace. Estas islas han obligado al río Amazonas a dividirse en dos brazos.
El bote enrumbó su proa aguas arriba, hacia el oeste y en su popa exhibía al lado derecho las banderas de Colombia y Brasil y a la izquierda la bandera del Perú agitadas por el viento. Su motor rugía y movía con potencia su hélice hundida en el río, impulsando el bote hacia adelante y dejando atrás un efímero surco espumoso sobre el agua turbia del río.
Al sur se distinguía a gran distancia la orilla peruana y al norte más cercana veíamos la orilla colombiana. Tuvimos atenta nuestras miradas en la orilla colombiana para observar la sucesión de los paisajes y poblados que iban apareciendo.
En varios sectores vimos la selva inundada, con gran parte de los troncos de sus árboles sumergidos en el agua, esta inundación se explicaba por estar en la estación de lluvias altas, que corresponden a aguas altas o creciente del río, que ocurre de manera tranquila y previsible; durante el primer semestre del año, cuando la estación climática cambia a lluvias bajas o sin lluvias, las aguas se retiran y la selva se seca, este fenómeno es la varzea.
En las orillas altas o terrazas se veían poblados de los resguardos de las comunidades ticuna. La primera que divisamos fue Zaragoza, que la identificamos por una gran valla metálica, en la que alcanzamos a leer: Zaragoza K 50 Mintrasporte y un caserío precedido por una casa grande de material con techo rojo.
Luego distinguimos a Macedonia, por un conjunto de amplias construcciones palafíticas pintadas de azul, en la que numerosos niños y jóvenes merodeaban, correspondían a una institución educativa; enseguida aparecieron: una caseta negra construida sobre la orilla del río con una valla que decía: Guardia Indígena Nacional y una construcción palafítica grande de madera con techo de hojas de palma con una valla en la que se leía: Bienvenidos a MACEDONIA Casa Artesanal Comunitaria MUNANE.
Más adelante apareció un solitario pescador en una pequeña canoa y detrás de él, vimos los reflejos de un espejo de agua que venía de la selva, era el río Amacayacu, que se esforzaba, represado, para entrar en el Amazonas e integrarse a él.
A las 2 horas de navegación y después de recorrer 87 kilómetros desde Leticia de los 116 del tramo del río Amazonas, en que el río sirve de límite entre Colombia y Perú y que lo comparten, desde la boca de la quebrada San Antonio al oriente, hasta la boca del río Atacuari al occidente. Llegamos a la boca del río Loretoyacu, que se diferenciaba del Amazonas por sus aguas más quietas, muy oscuras y sus orillas más cercanas.
LLEGAMOS A PUERTO NARIÑO
El bote disminuyó velocidad hasta acercarnos al muelle de Puerto Nariño, una construcción de concreto, que partía desde la orilla y entraba en el río y de ella descendía una escalera de material, a la cual el bote nos acercó, subimos por la escalera hasta el largo pasillo del muelle, que nos condujo hasta la orilla; a los lados del pasillo había una exhibición de hermosas artesanías, para la venta.
En la orilla inundada emergían los troncos de algunos árboles y se bamboleaban botes y canoas amarrados. La amplia ribera del río, plana y cubierta de grama verde natural nos impresionó con su frescura, sobre ella estaba trazada una cancha de básquet.
Caminamos unos 100 metros hasta un andén de concreto y encontramos la sede regional Amazonas del SENA, un gran edificio blanco de 2 pisos con ventanas; continuamos caminando por el andén y vimos un tractor con un remolque, que era utilizado para recoger la basura, era el único vehículo terrestre con motor que circulaba en Puerto Nariño, los otros vehículos de motor eran los botes que trasportaban pasajeros y mercancías por las vías acuáticas.
Enseguida estaba el edificio de la alcaldía, una pintoresca construcción de 2 plantas, con techo metálico verde, paredes de madera azul, con numerosas ventanas enmarcadas con listones de madera blancos.
Puerto Nariño es el segundo municipio del departamento del Amazonas, después de Leticia (solo tiene 2 municipios). Inicialmente era un corregimiento, fundado en 1961, con el nombre de Puerto Espejo. El 18 de enero de 1984 fue erigido como municipio. Tiene una población total de 6.816 habitantes, una densidad de 4.6 habitantes por kilómetro cuadrada y una población urbana de 7.200 habitantes.
Cruzamos a la derecha y seguimos por un sendero peatonal pavimentado, bordeado por palmeras zanconas, zonas verdes naturales y pintorescas casas adornadas con jardines en donde funcionaban hoteles y hostales. Al fondo se elevaba el mirador de unos 4 pisos de alto, en su parte más alta estaba una terraza cubierta, sostenida por una estructura de concreto.
Llegamos y entramos al hotel Lomas del Paiyu, una casa de un piso con la fachada de madera pintada de blanco con bandas verticales rojas. En su interior estaba un recibidor con asientos de madera a la izquierda y el comedor a la derecha. Nos acomodamos en los cuartos que nos asignaron y luego almorzamos.
Después de almorzar salimos a reconocer el pueblo y entramos a una tienda y nos tomamos unas cervezas, en ese momento cayó un fuerte aguacero que refresco el ambiente durante unos 30 minutos.
Después que escampó, 3 mujeres jóvenes que venían caminando por la calle, se detuvieron y nos miraron, una de ellas señaló con el dedo a uno de nosotros indicando que lo quería conocer, nosotros le preguntamos que a cuál de los tres y ella dijo en voz alta: el gordito de barba, Beto fue el afortunado elegido. Cuando el seductor Beto terminó la conversación con su inesperada enamorada, nos fuimos para el mirador.
En el mirador de Puerto Nariño
Subimos por la larga escalera de madera hasta una terraza cubierta, con techo y barandas de madera, en el centro había una tienda de artesanías atendida por su propietario. Dos hermosas guacamayas multicolores, amigables, caminaban sobre la baranda y se hacían arrumacos. Desde allí se podía mirar la pequeña urbe, los ríos y lagos y la inmensidad de la selva.
Hacia el oeste vimos el largo sendero peatonal que se extendía hasta la planicie verde de la ribera del río, las zonas verdes, las copas de las palmeras y los techos metálicos de las casas que se veían entre los arboles; el muelle entrando en el río Loretoyacu oscurecido por la abundante nubosidad que dominaba la atmósfera, seguía una amplia franja de tierra de color verde oscuro de la selva que la cubría, le seguía la gran superficie acuática del río Amazonas y su orilla oscurecida por una nube negra; hacia arriba del Loretoyacu, se veía el Lago Corredor y sobre él una gran nube descargaba una intensa lluvia.
Al oriente vimos el dosel verde de la selva que se extendía hasta el horizonte en donde, una inmensa nube derramaba una copiosa lluvia.
Cuando terminamos la observación del paisaje, nos colocamos sobre nuestras cabezas una de cartón bien artesanalmente bien elaborada, con la figura de un delfín rosado y posamos para la cámara.
El Centro de Interpretación Ambiental Natutama (CIAN)
Seguimos con el recorrido programado, nos dirigimos al muelle, en donde encontramos a Jairo el indígena ticuna que sería nuestro guía de allí en adelante. Jairo tenía lista una canoa de madera con motor fuera de borda, nos acomodamos en ella para trasladarnos por el río Loretoyacu hasta el CIAN.
Nuestro guía conducía la canoa vestido con jean azul, zapatos de cuero, camiseta blanca, en su cara risueña se distinguía un bigote pequeño y de su cabeza cubierta por una cachucha puesta al revés, salían hacia abajo mechones de pelo negro.
Cuando Jairo condujo la canoa aguas bajo, hacia el suroriente, nos fuimos alejando del muelle, cuya silueta oscura se recortaba sobre el fondo azul del cielo reflejado en el agua.
Hacia el lado contrario nos deslumbró un espectáculo celestial, en el lejano horizonte, encima de la orilla oscura del Amazonas se agolpaban nubes, como grandes copos de algodón y más arriba en toda la extensión de la atmósfera dominaba el azul intenso cruzado por algunos jirones de nubes blancas, este espectáculo se reflejaba fielmente sobre las aguas del río.
Nos fuimos acercando a la orilla inundada e iluminada por la luz solar infiltrada, de la que emergían las cañas y los troncos delgados de los árboles. Entre la vegetación y el agua flotaba una mancha de luz roja, parecía un fenómeno de distorsión de la luz, Jairo nos corrigió, dijo que era un espíritu que habitaba la selva.
Llegamos a la orilla, nos bajamos de la canoa, encontramos un vivero y una casa de madera con techo de zinc y cuatro grandes bohíos, 3 redondos y uno rectangular, con techos de hoja de palma y paredes de troncos de árboles en donde funcionaban el museo y la oficina de la Fundación Natutama, responsable del CIAN.
La Fundación Natutama, cuyo nombre es una palabra ticuna que significa: “El mundo debajo del agua”, tiene como símbolo el dibujo de una danta transformándose en un manatí que significa la unión del mundo del agua con el terrestre. La fundación trabaja para proteger la biodiversidad, promover el uso sostenible de los recursos naturales a través de la educación con el Grupo Selvando y la investigación con el Grupo Alruwe.
En la visita guiada los intérpretes nos presentaron videos de delfines y manatíes, que muestran la belleza de estos animales y los beneficios que aportan a los ecosistemas; también ilustraron la crueldad del hombre, que se ha obstinado en cazar al manatí, hasta ponerlo en riesgo de extinción, para comercializar su apetecida carne, para consumo humano. Además expusieron las acciones que ha emprendido la fundación para proteger al manatí y a otros animales.
En el recorrido vimos el Módulo del Bosque Inundado, que muestra la vida debajo del agua que se recrea entre las raíces de los árboles, los animales son representados con modelos tallados en madera y de tamaño natural, los intérpretes nos explicaron las relaciones de alimentación y ecológicas que ocurren entre las diversas especies. También apreciamos elementos culturales de los ticunas como tallas de madera que representan sus historias y mitos.
Por último apreciamos el Módulo Playa de Noche, que muestra la playa bajo un cielo estrellado, en medio de la arena y animales tallados; aprendimos cómo se forman y desaparecen las islas del río Amazonas, sobre la vida en los remansos y las playas, también disfrutamos las narraciones de historias de la luna y las constelaciones, según las mitologías de las etnias Ticuna, Yagua y Cocama.
EL RÍO LORETOYACU Y EL LAGO CORREDOR
Terminado el recorrido en el CIAN nos subimos a la canoa para navegar por el río aguas arriba, dirección noroeste hacia los lagos, para ver al delfín rosado. El paisaje celestial del firmamento ahora estaba adornado por un arco iris y la vegetación rivereña resplandecía con un color verde brillante, en medio de las ondulantes aguas oscuras.
El caserío de Puerto Nariño, resplandecía iluminado con la luz solar del atardecer. El sol brillaba entre las nubes oscuras y se reflejaba en el agua del río dándole un intenso color blanco.
Llegamos al Lago Corredor donde la extensión de las aguas se ampliaba. El espectáculo de luces y sombras, que se ofrecía en la atmósfera y que se reflejaba en el agua, cambiaba a medida que avanzaba la tarde y declinaba el sol, presentando una sucesión de cuadros pintados por la naturaleza.
De un sector del cielo azul, la luz que emitía se reflejaba sobre el agua rizada por la propulsión del motor de la canoa y sobre los árboles de la orilla resaltaba su color verde; la atmósfera fue adquiriendo visos dramáticos con la aparición de los arreboles, en medio del azul turquesa, un remolino de nubes unas blancas y otras oscuras permitían que el sol lanzara su último intenso brillo; los colores se fueron tornando hacia tonos azul oscuro en el cielo y rojizo en las nubes y la luna pálida nos complació con su presencia.
En medio de este hermoso ambiente vimos lejos el lomo y la aleta dorsal de un delfín rosado, fue la única presencia de los delfines que pudimos ver, truncando nuestra expectativa de verlos en abundancia y más cerca.
Dimos por terminado nuestro avance hasta allí, porque la naturaleza, con su paleta de colores nos anunciaba que el día estaba por finalizar y la noche estaba por llegar y decidimos devolvernos aguas abajo y dejar el reconocimiento del lago Tarapoto para el día siguiente.
En el regreso vimos los cambios de color que la naturaleza le imprimía a la atmósfera que se reflejaban en las aguas del río: franjas de nubes de color rojo intenso se alternaban con parches azul claro del cielo, bandadas de aves volaban de regreso a sus nidos y la silueta de las canoas con los pescadores se destacaban sobre esta acuarela natural.
Regresamos al hotel, cenamos y nos acostamos para madrugar para ir al lago Tarapoto.
EL LAGO TARAPOTO
Nos levantamos temprano, desayunamos, bajamos con nuestros equipajes hasta la orilla del río y abordamos la canoa, en la que Jairo nos conduciría hasta el lago Tarapoto, por el río Loretoyacu aguas arriba.
Grandes nubarrones oscuros y blancos cubrían gran parte del firmamento, que dejaban partes libres de cielo azul por donde penetraban los rayos solares. En la orilla grandes árboles y plantas pequeñas florecidas, reflejadas en el agua nos indicaban la entrada a un estrecho canal, que nos conduciría al lago.
Al final del canal y a la entrada del lago, flotaba una casa grande de madera pintada de verde, que en un costado tenía una puerta amplia para que ingresaran los botes y un aviso con la palabra PARE de color amarillo sobre fondo rojo.
En el lado que da a la entrada del lago, en la parte de arriba de la casa, leímos el siguiente aviso: balsa de promoción, monitoreo y control de los acuerdos de pesca responsable para el buen uso de los lagos de Tarapoto.
Abajo sobre la pared estaba fijado un cartel que señalaba quiénes se beneficiaban con los acuerdos de pesca:
- Las comunidades organizadas porque podían cumplir sus logros.
- Las familias porque tenían mejores ingresos.
- Los compradores de pescado porque obtenían mejores precios.
- Los peces porque podían alimentarse, reproducirse y crecer mejor.
- La comunidad y el reguardo porque tendrían un mayor control del territorio.
Otro cartel se refería a los Acuerdos de Pesca Responsable Comunitario en el que se resaltaba que era una responsabilidad de todos, que debían hacerse con la participación comunitaria discutiendo y poniéndose de acuerdo y la autoridad del resguardo elaborara un documento con las normas aprobadas que se convertirá en un reglamento para el resguardo y una ley oficial del ICA.
Las normas de estos Acuerdos se fundan en el Calendario de pesca responsable – Lagos de Tarapoto, expuestos en una bien elaborada gráfica.
Esta información gráfica muestra los comportamientos de los peces y las prácticas de pesca que deben y las que no deben realizar los pescadores, según el ciclo anual de aguas que se corresponden con el ciclo anual de lluvia que se dan en la amazonia.
Los ciclos anuales de aguas señalados en el calendario son los siguientes:
Ascenso de aguas: Noviembre, diciembre, enero y febrero.
Aguas altas: marzo, abril y mayo
Descenso de aguas: agosto, septiembre y octubre.
Este calendario fue elaborado por los resguardos Ticuna, Cocama y Yagua con el apoyo de los Sabedores indígenas del Resguardo Ticoya y la Fundación Omacha y el respaldo de la alcaldía de Puerto Nariño, el ICA y la WWF.
Este es un buen ejemplo de un plan de manejo sostenible de explotación de la pesca, elaborado por las comunidades indígenas con el apoyo de Fundaciones y de instituciones oficiales, además del control que se ejerce para vigilar su cumplimiento.
Después de registrarnos en el puesto de control de la balsa ingresamos al lago. Disfrutamos de la gran amplitud de sus aguas, fuimos afortunados de llegar en la época final del ascenso de aguas y de inicio de la época de lluvias altas porque encontramos la cuenca colmada de agua y la selva inundada, ya que en la época de descenso de aguas el lago se vacía y no se pude navegar.
Estuvimos a la expectativa de ver los delfines rosados, y pese al llamado del guía, golpeando las aguas con el remo, solo vimos a lo lejos el lomo y la aleta de un delfín solitario, quedamos otra vez frustrados.
A falta de delfines nos divertimos viendo el espectáculo de una bandada de aves parecidas a las gaviotas pescando, volaban suspendidas sobre un punto fijo en el agua y luego se lanzaban en picada, hundiéndose en el agua para emerger con un pez en el pico.
Dimos por terminada nuestra visita al lago Tarapoto, salimos del lago y Jairo dirigió la canoa hacia el río aguas abajo, rumbo al río Amazonas y al río Amacayacu para llegar a la tercera estación del itinerario planeado: el campamento de selva.
Siguiente recorrido: Acampando en la selva amazónica
por OMAR SALINAS HERNÁNDEZ
Picolorense