El cuarto día correspondiente al domingo 23 de enero, viajamos temprano en una camioneta Toyota gris plateada, de doble cabina con platón trasero hacia el occidente de Puerto Carreño, por una carretera paralela al Río Meta.

FINCA EL TESORO

La camioneta nos transportó rodando rápidamente por una carretera recién asfaltada de 2 carriles separados por una línea amarilla intermitente y 2 líneas blancas continuas en sus márgenes.

Este tramo asfaltado de 22 kilómetros llega hasta Juriepe y comunica también a La Primavera y Santa Rosalía y hace parte de la carretera nacional N° 38 que se inicia en Puente Arimena (Puerto Gaitán) Meta y termina en Puerto Carreño y se conecta con la vía que va a Bogotá. Gran parte de esta vía está sin pavimentar y es transitable en la época seca.

Viajamos por este tramo impecable, trazado sobre la llanura plana como un tablero, hasta que llegamos a la entrada de la finca El Tesoro, Beto se bajó ágilmente del platón trasero en el que había preferido viajar para observar el paisaje y abrió el portón para que entrara el carro.

El carro entró por una trocha hasta que paró frente a una casa sencilla con techo de zinc. Allí nos bajamos y nos recibió don Rafael, hombre de aspecto bonachón que nos saludó amablemente. Don Rafael nos guio y nos explicó que esta finca era una reserva natural por voluntad de sus dueños, que incluía una extensa sabana con pastos y arboledas y una madrevieja del Río Meta. Allí vivian diversas especies de flora y fauna que eran protegidas, no se permitía ni la caza ni la pesca.

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La madrevieja estaba en su bajo nivel debido a la época seca, la mitad de su cauce más profundo, estaba lleno de agua y formaba una laguna y la otra mitad, menos profundo, era un humedal con aguas someras y cubierto de vegetación verde en donde retozaban varios caballos y diversas aves como los ibis, garzas, iguazas, coclis, pellares y en la parte lagunar distinguimos la cabeza de una babilla y la de una nutria o perro de río, que emitía estridentes sonidos semejantes a los ladridos de los perros.

Aves de la finca El Tesoro

Don Rafael le enumeró a Efraín los nombres de las aves que viven y visitan la finca: el taro o cocli, la garza morena, el pájaro amarillo, el gaván, la cocha de negro plumaje, el águila arpía, el alcaraván o peyar, la guacharaca o gonzalito, la zamurilla, el gallito de agua, el pato guerise, la tirana parecida al pavo real, la pava chechena y el pequeño arrocero, algunas de estas aves volaban y saltaban entre las ramas de los árboles y otras buscaban alimento en el humedal.

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Ayda le preguntaba a Efraín “como está cacique pluma blanca” y Efraín le respondía, alzando una mano, “au” muy bien. El cacique Efraín estuvo muy contento exhibiendo en su rostro rubicundo una amplia sonrisa y su barba blanca, que se destacaba sobre el fondo de su ropa negra y su pequeño sombrero y estuvo muy aplicado escuchando las explicaciones que daba don Rafael.

Gozamos plenamente de la compañía de las especies vegetales y animales, que libremente vivian en este hábitat protegido; nos despedimos muy agradecidos de ellas y de don Rafael por habernos recibido bien, para continuar nuestro recorrido programado con destino a Puente Paso Ganado.

PUENTE PASO GANADO

Salimos a la carretera y continuamos hacia el occidente hasta que doblamos por una desviación hacia el sur, un carreteable que nos condujo hasta la orilla del Río Bita y el puente, a 30 kilómetros de Puerto Carreño.

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El espléndido puente Paso Ganado estaba ante nuestra vista, un puente en arco de 200 metros de longitud sobre el Río Bita, con sus apoyos situados en los extremos de la luz y su tablero colgado de los arcos sostenido por pesadas vigas metálicas.

Fue inaugurado en el 2009 y solucionó el problema de los ganaderos y pobladores que tenían la necesidad de moverse hacia el sur, a Casuarito, de pasar el río con sus mercancías y ganado, con el riesgo de perder cabezas de ganado al cruzarlo crecido, sobre todo en época de lluvias.

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Río Bita

El impacto de la imagen del esbelto puente y del hermoso Río Bita, en nuestras visiones fue sublime. La elegante silueta del puente se definía sobre el fondo del cielo azul poblado de nubes blancas y en armonía con el bello Río Bita que con sus aguas turquesas, discurría tranquilamente sobre su cauce curvo, bordeadas por sus playas doradas sobre las que caminaban las aves picoteando la arena buscando larvas e insectos para alimentarse y al margen de las playas se veía el cordón verde del bosque de galería.

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Beto, Efraín, Marietta y Ayda en el Río Bita, saboreando jugosas mandarinas

Nos despedimos de este ambiente natural paradisiaco y regresamos a Puerto Carreño.

DELFINES DEL RÍO META

El lunes 24 de enero volvimos a navegar en el Río Orinoco con destino a la reserva natural Bojonawi, pero el lanchero nos recomendó que fuéramos antes a la boca del Río Meta para que viéramos los delfines, aceptamos la recomendación y la lancha navegó hacia el norte, aguas abajo, para llegar hasta la desembocadura del Río Meta en el Orinoco.

La boca donde se unía el Río Meta con el Orinoco, era una superficie acuática agitada, tan grande como un mar interior. Numerosos delfines nadaban muy rápido cerca de la lancha, sus cuerpos unos rosados y otros negros lustrosos sobresalían del agua, mostrando sus aletas dorsales; era como una carrera atlética posiblemente persiguiendo peces para atraparlos y alimentarse con ellos.

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Permanecimos un rato extasiados viendo este espectáculo maravilloso que nos ofrecía la naturaleza. Sin que el espectáculo terminara, tuvimos que retiramos para irnos hacia Bojonawi, la lancha se puso en movimiento rumbo sur, aguas arriba.

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Puerto Carreño

Cuando pasábamos frente a Puerto Carreño, divisamos su panorámica completa definida sobre la atmosfera clara y luminosa, con el Cerro de la Bandera dominando, su embarcadero con las lanchas y distinguimos una construcción inconclusa, que no la habíamos visto, una enorme plancha de concreto dirigida hacia el río: era el muelle moderno que estaba sin terminar.

RESERVA NATURAL BOJONAWI

Después de navegar 10 kilómetros llegamos a la reserva. Nos bajamos en la playa rocosa y caminamos hasta una elegante casa palafítica en donde funcionaba la estación Orinoco del proyecto Pijiwi Orinoko, que en lengua SiKuani significa “gente del Orinoco”.

Estábamos en La Reserva Natural Privada Bojonawi, que hace parte de la Reserva de la Biosfera El Tuparro. La reserva se estableció en el año 2004, tiene 4.680 ha y está afiliada a la Red de Reservas de la Sociedad Civil (RESNATUR) “un tejido social que tiene por filosofía vivir de manera consecuente y productiva con el territorio” (Fundación OMACHA).

Razón de ser de la reserva

La reserva Bojonawi que en idioma sikuani significa “perro de agua o nutria gigante» promueve la integridad y conservación de ecosistemas y especies claves en la ecoregión de la Orinoquia y en ella sobresalen los bosques de galería, los bosques inundables, las extensas sabanas de altillanura, los morichales, los caños de aguas trasparentes, los afloramientos rocosos del escudo Guayanés y la emblemática laguna El Pañuelo (Fundación OMACHA).

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También tiene como objetivos: la conservación e investigación de los ecosistemas y especies amenazadas del Orinoco, apoyar el turismo sostenible y otros proyectos productivos de la región.

Este proyecto surgió de la unión de la firma Biomax y la fundación Admira la vida liderada por el piloto Gustavo Yacaman.

Desde sus inicios Bojonawi cuenta con los siguientes socios estratégicos: WWF Colombia, Fundación Omacha, Hewlett-Packard y Corporinoquia con estos apoyos la Reserva Natural Bojonawi busca convertirse en una “frontera viva” donde se presente la Orinoquia como región biodiversa de Colombia.

Caminando por la Reserva Bojonawi

Después de obtener los conocimientos sobre la reserva, que nos ofrecieron las vallas y carteles presentes en la estación, proseguimos con nuestra caminata de reconocimiento.

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Caminamos por un sendero plano bajo la sombra de un bosque que desembocó en un puente de tablas sobre el caño El Tesoro, que a pesar del tiempo seco tenia abundante agua limpia oscurecida por la sombra del bosque, en el que vivían numerosas aves que revoloteaban y se amparaban dentro del follaje.

Afloramiento rocoso

Ascendimos por un alargado afloramiento rocoso, que dormitaba bajo una calurosa atmósfera azul, desde su lomo tuvimos una visión privilegiada del río, de la laguna y de la sabana.

Al oriente sentimos la presencia del inmenso Orinoco, como un quieto brazo de mar entre azul y plateado limitado por la orilla venezolana, sobre el que tranquilamente navegaban los buques remolcando los planchones. También al oriente, abajo, más cercana, se extendía la alargada laguna el Pañuelo, en medio del afloramiento, que debido a la sequía estaba en su nivel bajo e incomunicada con el Orinoco, que en la época lluviosa se crece y se comunica con él; sobre la superficie de sus aguas oscuras, nadaban varias tortugas pequeñas y un cocodrilo; además de estos animales que vimos también se han identificado otros: nutrias, panteras, ocelotes, zorros, caimanes, dantas y venados en la laguna y en la llanura.

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Al occidente, norte y sur, después un morichal del que emergían palmas y árboles se desplegaba la sabana de la altillanura cubierta de pastos amarillos, hasta confundirse con la atmosfera en el horizonte.

Descendimos de la gran roca, atravesamos el bosque y continuamos caminando por y en medio del extenso pastizal amarillo de la sabana y bajo un cielo azul matizado con jirones de nubes blancas con el sol dominante que acaloraba el ambiente.

Seducidos por un tepúy

Después de una hora de camino llegamos a la estación Sabana, una casa de madera plantada en medio de un pequeño bosque que atenuaba el intenso calor.

Marietta se acomodó en una hamaca amarilla, que encontró lista, para descansar acompañada por Ayda y Efraín que se sentaron a los lados sobre unas rusticas bancas.

Después de descansar, desacalorarnos y deleitarnos con una sabrosa y dulce sandía, observamos el paisaje del entorno y vimos un lejano tepúy: un alargado, alto y esbelto afloramiento rocoso, que sobresalía en el inmenso paisaje.

Beto propuso que fuéramos hasta él, argumentó que sería una caminata corta porque se veía cerquita. Escuchamos entre asombrados e inconformes su propuesta y la rechazamos, alegamos que a esa hora como a mediodía el calor ya era muy intenso, sin posibilidad de encontrar un lugar con sombrío en la inmensa llanura; que la cercanía era una ilusión, que el tepúy podría estar a más de una hora de camino solo de ida.

En ese momento llegó en un campero, un señor de barba blanca, con anteojos y de aspecto de científico, que venía del tepúy y nos informó que se había tomado como una hora para llegar hasta aquí. Con esta información concluimos que para llegar a pie hasta el tepúy, podríamos demorarnos el triple de tiempo y además la caminata realizada soportando mucho calor nos tenía extenuados y teníamos que pensar en el regreso.

Al final decidimos regresar por el mismo camino que habíamos transitado hasta la orilla del Orinoco en donde abordamos la lancha que nos condujo de vuelta a Puerto Carreño.

por OMAR SALINAS HERNÁNDEZ
Picolorense