Los tres amigos aventureros partimos temprano desde San Martín, bajamos en la canoa de Jairo por el río Amacayacu, que estaba muy crecido. Entramos en el río Amazonas, continuamos aguas abajo hasta una orilla cercana libre de inundación y nos bajamos allí.

Jairo nos dejó se despidió y regresó a San Martín. En este sitio bajo un árbol grande teníamos que esperar un bote público, para que nos trasportara, hasta Puerto Alegría en la orilla peruana. Mientras esperábamos, nos encontramos con un señor y conversamos con él, nos enteramos que era un profesor ilustrado, poseedor de varios títulos académicos.

En ese momento escuchamos el ronroneo de un pequeño bote con techo, que venía desde Puerto Nariño bajando por el río, el señor nos informó que era un maestro que conducía su propio bote y se dirigía hacia la concentración escolar de Macedonia a dictar clases. El profesor paró, arrimó su pequeño bote, se bajó a saludarnos y luego continúo con su viaje.

PUERTO ALEGRÍA

Llegó el bote público, lo abordamos y nos trasportó por el río Amazonas aguas abajo. El viaje hasta Puerto Alegría duró una hora. Nos bajamos y el bote continuó su viaje hacia Leticia.

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El puerto era un playón de arena blanca con algunas palmeras y una vegetación rala, sobresalía un bohío grande, abierto, con techo de hojas de palma, era la única construcción en donde los pasajeros que llegaban o se iban, se podían refugiar y protegerse del sol o de la lluvia. Desde este punto se veía la lejana orilla colombiana y el ancho del río se calculó en 3 kilómetros.

Puerto Alegría, administrativamente es una localidad del distrito Yavari, de la provincia Ramón Castilla, del departamento de Loreto de la república del Perú.

Después de una breve espera llegó el guía de la reserva, un hombre con rasgos indígenas, fornido y bonachón; se presentó y nos condujo hasta un lugar inundado en el que abordamos una canoa, en la que nos condujo impulsándola con un remo por la selva inundada; navegamos una hora, esquivando los árboles, ramas, lianas y con las aves volando sobre nuestras cabezas hasta que llegamos al Lago Marasha.

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En la entrada del lago nos recibió la Victoria Amazónica, antes conocida como victoria regia, nombrada así en honor a la reina Victoria de Inglaterra. Esta planta acuática es el más grande nenúfar del mundo, que crece en aguas quietas y poco profundas, sus grandes hojas redondas y ovaladas de color verde flotan xsobre el agua, sostenidas por largos tallos arraigados en el fondo del lago.

EL MILAGRO DE MARASHA

La canoa se desplazó sobre las aguas tranquilas del amplio y alargado lago, enmarcado por la selva, que hacen parte de la Reserva Natural Marasha.

Después de navegar un buen tramo divisamos a la derecha un conjunto de grandes construcciones de madera, que parecían que flotaran sobre el lago, era el complejo ecoturístico “El Milagro de Marasha”. Este complejo es un refugio-hotel, cuya arquitectura imita a las malocas, construido respetando las normas de la conservación ambiental de la diversidad natural de su entorno.

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Ingresamos al refugio, nos recibieron los empleados y nos asignaron un cuarto a cada uno. Después de acomodar nuestros equipajes, salimos a reconocer la compleja construcción.

Era una enorme construcción palafitica de madera con techos de hojas de palma, levantada a orillas del lago, dividida en varias partes: dormitorios, restaurante y cocina, salón para reuniones y muelle.

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En uno de los pasillos sobre una baranda nos llamó la atención un hermoso y multicolor tucán mirando hacia el lago, al vernos nos recibió como un amigable y juguetón anfitrión.

EL PASEO POR EL LAGO

Al mediodía almorzamos y después de un breve reposo, el guía nos llevó en su canoa a dar un paseo por el lago. El color del lago gris plateado reflejaba el color del cielo completamente oscuro, debido a su nubosidad sin forma, indicador de alta humedad.

A lo largo del lago nos encontramos con jóvenes estudiantes de Cali que estaban alojados en el hotel: el profesor moviendo con el remo una pequeña canoa; un estudiante impulsando con su remo un kayak; dos estudiantes en una canoa impulsada por un indígena, el joven tomaba fotos y la joven pescaba y un grupo de 9 jóvenes, cada uno con un remo impulsaban su canoa; todos hacían visible su alegría con amplias sonrisas y expresiones amables.

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Seguimos nuestro placentero paseo. El lago se iba angostando hacia el sur y el día se fue iluminando al irse disipando la nube. Sobre las aguas trasparentes de la orilla se extendían las espléndidas hojas de la Victoria Amazónica, mostrando una bella flor blanca.

Observamos que cerca de la orilla brotaban unas burbujas de aire, el guía nos dijo es el pirarucú, un enorme pez, el más grande del amazonas, que llega a medir 3 metros de largo y a pesar 200 kilos, se alimenta de peces pequeños.

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Este pez pulmonado necesita salir a la superficie a respirar. Escuchamos varias veces los fuertes golpes que el pirarucú le daba al agua. Nos quedamos esperando que saliera y se dejara ver. Es un pez muy perseguido por su carne.

Dentro de los árboles de la orilla, escuchamos el aleteo de varias aves grandes de plumaje rojizo, que abrían sus alas y sus colas cual abanicos.

LOS CHIGUIROS

Cuando regresamos al eco hotel, nos sorprendió la grata visita de una familia de chigüiros o capibaras: la madre sentada majestuosamente, sobre sus largas patas traseras y sus dos patas cortas delanteras; con su gran cuerpo macizo y redondo, cubierto por un hirsuto pelo pardo rojizo; su cabeza ancha con su nariz y boca chatas, sus tiernos y pequeños ojos negros a los lados y sus dos pequeñas orejas; estaba acompañada por el papá chigüiro y sus 2 chiguiritos.

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Estos animalitos son un ejemplo de mansedumbre, su estilo de vida es parcialmente acuático y su dieta es de hierbas terrestres y plantas acuáticas. Han sido cazados tradicionalmente por los indígenas para consumir su carne y ahora son muy perseguidos por cazadores ilegales para comercializar su carne.

La reserva es un refugio en la que se adentran cuando se sienten perseguidos o para alimentarse con el pasto que les ofrecen.

EL CANOPY

Al atardecer abordamos la canoa para que nos llevara hasta el lugar en donde se practicaba el canopy. Al sur del lago, en la orilla derecha nos bajamos y caminamos hasta el pie de una enorme ceiba pentadra, un enorme árbol maduro de más de 40 metros de altura, con raíces tabulares; tronco grueso, redondo y liso con una copa formada por grandes y gruesas ramas horizontales: una majestuosa obra de la naturaleza digna de veneración y respeto.

En el momento en que llegamos, los estudiantes estaban haciendo el canopy, tuvimos que esperar a que todos pasaran.

La plataforma de lanzamiento del canopy estaba a 35 metros desde el suelo, sobre una enorme rama, hasta allá se teníamos que ascender ayudados con una polea.

Cuando ya habían pasado la mayoría de los estudiantes, nos subieron, uno por uno hasta la plataforma, allí tuvimos que esperar que se lanzaran los 4 estudiantes y el profesor que faltaban. Cuando terminaron de lanzarse los estudiantes, nos llegó el turno a Hans y a mí, Beto había preferido navegar sobre el lago en kayak, desde donde nos observaba; en ese momento el crepúsculo se había hecho presente.

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Desde la plataforma se extendía un cable de acero, sobre los 150 metros del lago hasta la orilla opuesta y llegaba hasta la plataforma receptora asentada sobre las ramas de un capiruní a una altura de 15 metros, esta diferencia de 20 metros, hacía que el cuerpo que se lanzara desde la ceiba, conducido por el cable, se desplazara a gran velocidad.

Yo fui el primero de los dos en lanzarse, me aseguraron con el arnés de cintura de modo que quedé sentado con mis piernas colgando medio encogidas; el arnés estaba asegurado a una polea que rodaba sobre el cable de acero, el asistente me dio un guante grueso, para ponérmelo en mi mano derecha, que sería utilizado para frenar.

Debajo de mis pies estaba el abismo, se veían las copas oscuras de algunos árboles y el reflejo tornasolado del agua del lago. Sentí un leve empujón y me deslicé rápidamente hacia abajo. Me sentí pequeño e ingrávido, suspendido en la hondura del espacio que gravitaba sobre el lago, hundido en una dimensión irreal y placentera.

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Cuando me aproximaba a la orilla reaccioné, comprendí que tenía que frenar para evitar que chocara con el árbol, me anticipé a frenar sujetando el cable, con la mano enguantada, delante de la polea para mermar la velocidad y me detuve antes de llegar a la plataforma, desde abajo en el lago y desde la plataforma, los asistentes me indicaron que subiera mis piernas sobre el cable y con mis manos cogiera el cable para empujarme para lograr llegar a la plataforma que estaba en el capiruní, lo hice y logré llegar.

El segundo en lanzarse fue el gigante Hans, observé su lanzamiento, se vino con mucha velocidad y vi que se aproximaba a la plataforma rápidamente y no empezaba a frenar, todos los que presenciábamos la escena empezamos a gritarle ¡frene! ¡frene! Indicándole la acción con las manos, pero Hans no entendía y continuaba avanzando sin frenar.

Viendo que el choque de Hans contra el árbol era inminente, me hice a un lado del tronco y el asistente, un indígena bajo de estatura pero de contextura fuerte, se aprestó a recibirlo para amortiguar el golpe. Hans se precipitó con toda la fuerza de su corpulento cuerpo y se escuchó el golpe de los dos cuerpos al chocar, el asistente lo recibió y lo contuvo con éxito evitando que Hans se estrellara contra el tronco del árbol, solo sufrió algunas leves heridas en las piernas al chocar con el borde de la plataforma y un golpe fuerte en un brazo que uso para proteger su cara.

Terminamos la actividad del canopy y regresamos presurosos en medio de risas y quejas al eco hotel para atender al adolorido alemán, llevándolo a la enfermería para que le curaran las heridas. Luego nos fuimos muy cansados al restaurante a cenar.

“LA CAIMANEADA” FRUSTRADA

Después de cenar, ya de noche, el guía nos invitó a participar en la “caimaneada” o captura del caimán negro, nos llevó en su canoa hacia el norte del lago al límite con la selva inundada.

Nos fuimos alejando lentamente del eco hotel, la única fuente de luz artificial, hasta que desapareció y nos fuimos entrando en la espesa oscuridad de la noche sin luna ni luceros, la única luz que brillaba era la de la linterna del guía, que utilizaba para orientar la canoa y para buscar los caimanes.

De repente la luz de la linterna hizo visible la flor de la victoria amazónica, que emergía en medio de las grandes hojas flotantes, en medio de la negrura de la noche. La flor con su manojo de pétalos apretados y enhiestos, sobresalía entre un círculo de pétalos caídos, lucía su dramática belleza semejante a un ponqué de novia rosado y blanco. Era la flor de la segunda noche, dispuesta a que los escarabajos la polinizaran para convertirse en semillas, que engendrarían nuevas victorias amazónicas.

Entramos al bosque inundado y el guía buscaba caimanes con su linterna en medio de los troncos y ramas de los árboles semisumergidos y a la vez con su voz imitaba los sonidos propios del caimán para atraerlos.

¡Allí hay uno! Gritó el guía, ¡vamos por él!, solo se veían los ojos del caimán, que brillaban al ser iluminados por la linterna, que sobresalían del agua protegidos por sus grandes arcos superciliares, pero el caimán desapareció. Lo mismo sucedió con otros caimanes que encontramos.

Al fin no se logró el objetivo de la expedición: cual era que el indígena experto atrapara un caimán con sus manos, lo sacara del agua, lo trasladara a la canoa para apreciarlo por un momento y luego devolverlo al agua, sin hacerle daño.

Sin lograr el objetivo previsto, se dio por terminada esta pequeña aventura, pero quedamos satisfechos y contentos de haber participado en este inusual paseo nocturno por el lago y el bosque inundado cargado de gratas y emocionantes sorpresas.

EL SEGUNDO DÍA EN MARASHA

El amanecer fue azul, el cielo y el agua estaban pintados de azul claro, matizado por el verde oscuro del bosque que los separaba. El día lo dedicamos a observar y a relacionarnos con los animales que habitaban la reserva.

El tucán posando sobre la baranda, fue el primero que nos saludó, jugando con una piedra, sosteniéndola con su gran pico negro, casi del tamaño de su cuerpo, nos miraba fijo con su ojo negro lateral bordeado de azul.

Después de desayunar, fui al muelle de madera a observar la fauna y para hacer fotografía. Abajo del hotel, sobre el pasto de la rivera y del agua somera reposaban varios caimanes negros, expuestos al sol, para calentar sus cuerpos y recuperar la energía que gastaron en la noche cazando para sobrevivir.

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Vi llegar las garzas, con sus esbeltos cuerpos blancos, picos amarillos y patas negras, llegaban volando y se posaban sobre las victorias amazónicas y troncos tendidos, caminaban con elegancia y hurgaban la tierra del fondo del lago buscando larvas y peces para alimentarse.

En el cielo sobre mi cabeza volaban raudas las aves rapaces, gaviotas y pajarillos, algunos bajaban y se posaban sobre los troncos inertes como el pintoresco cardenal, de cabecita roja, pico negro, dorso y cola negros y pecho blanco.

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Las aves que más me llamaron la atención fueron los arrendajos, pájaros tejedores, que revoloteaban entre las hojas de una palmera que se elevaba detrás del hotel.

Descendían en picada hasta el suelo, recogían pajitas y hiervas con sus picos y subían verticalmente y las iban tejiendo, aseguradas a una hoja, de arriba hacia abajo hasta construir una larga bolsa, que sería su casa o nido.

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Almorzamos en el restaurante del hotel, con los estudiantes del colegio, nos acompañó otra comensal, una lora verde, que se paseaba sobre las mesas probando la comida servida.

LOS MONOS FRAILE

Por la tarde, el guía nos invitó a un paseo en canoa, para visitar a los monos fraile. Llevó la canoa hasta la otra orilla y la estacionó debajo de las ramas de un arbusto.

Inmediatamente que llegamos, fuimos invadidos por un grupo de monitos fraile o monos ardilla, el guía saco un banano y se los ofreció, un monito lo cogió y se lo comió con avidez.

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Estos primates pequeños y ágiles, de cuerpos esbeltos con pelo corto, color gris oliváceo; con colas largas no prensiles y con sus caritas graciosas cubiertas con sus antifaces naturales de pelo blanco; sin ningún temor y de manera confianzuda se subieron a la canoa, exigiendo y buscando comida, nos esculcaban y se subieron hasta nuestras cabezas.

Cuando decidimos irnos, los monos no querían bajarse de la canoa, insistían tenazmente en que los lleváramos, el guía tuvo que bajarlos y todos hacernos los bravos y gritarles para que se fueran y al fin logramos espantarlos y pudimos irnos.

LA HISTORIA TRÁGICA DE LA DANTA

A la hora vespertina llegamos al hotel y tuvimos la grata sorpresa, otra vez, de la visita de la familia de chigüiros, que descansaban plácidamente acostados sobre el pasto, debajo de un cobertizo.

Al final de la tarde vi un grupo numeroso de estudiantes, en la parte de atrás del hotel, que conversaban y miraban hacia abajo por encima de una baranda, me acerqué a mirar y vi una danta o tapir, estaba parada comiendo hierva cortada, que tomaba con su probóscide, que uno de los trabajadores le ofrecía.

El trabajador nos informó que este animalito venia todos los días a la misma hora para que lo alimentaran y nos contó la historia trágica que había padecido este noble y manso animal.

Antes venía todos los días puntual, acompañado con su pareja, pero un día llegaron corriendo, asustados y su pareja venía gravemente herida por un disparo del arma de fuego de un cazador, la compañera murió a causa de la herida y la danta solitaria continuó viniendo a la reserva.

Cenamos, nos acostamos y dormimos la segunda y última noche en Marasha para madrugar y regresar a Leticia, poniéndole fin a nuestra aventura en el Trapecio Amazónico.

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por OMAR SALINAS HERNÁNDEZ
Picolorense