Después de gozar con el reconocimiento del Lago Tarapoto, nos fuimos en la canoa por el río Loretoyacu aguas abajo, hasta desembocar en el Amazonas, lo navegamos un tramo río abajo, hasta la desembocadura del río Amacayacu.

La canoa nos trasportó aguas arriba por el río Amacayacu, que hace parte del Parque Nacional Natural de su mismo nombre creado en 1975, a cargo del Sistema Nacional de Parques del Minambiente, comprende una ecorregión de selva húmeda tropical de piso cálido, con una superficie 2.935 km2.

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Se calcula que en este parque existen unas 150 especies de mamíferos, entre los que se destacan el delfín rosado y otras especies en vías de extinción como la danta, el jaguar, el manatí y la nutria; también existen muchas especies de primates como el titi leoncito, el más pequeño del mundo y unas 500 especies de aves y una enorme variedad de peces. Además, el parque sirve para la conservación de la cultura ticuna que lo habita.

La atmósfera estaba llena de grandes nubes que presagiaban lluvia, el caudal sosegado del río, con sus aguas teñidas de color amarillo, reflejaban el bosque inundado de sus orillas y de las ramas de sus grandes árboles colgaban numerosos nidos de arrendajos, en forma de largas bolsas tejidas.

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Llegamos y paramos en San Martin de Amacayacu, un caserío en donde reside la comunidad ticuna; había varias casas palafíticas de madera mirando al río, de un bote techado, un hombre descargaba hojas de palma yarina y una humilde mujer lavaba ropas sobre una plataforma de madera afincada en la orilla del río.

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San Martín de Amacayacu

La parada en San Martin se hizo para recoger los víveres y el personal de apoyo para el campamento: Mee o Flor la cocinera, Meleo y Endor, miembros de la comunidad.

Se presentó Mee, hermosa y atlética joven ticuna, en su cara de facciones finas mostraba una franca sonrisa, enmarcada en sus finos labios abiertos y adornada por su dentadura perfecta, su cabeza la cubría su pelo negro, alisado y recogido y sus orejas exhibían aretes verdes con la figura de Hello Kitty; vestía una camiseta blanca de tiras, que permitía ver la bonita piel canela de su cuello y parte del pecho.

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De repente el día se oscureció, la temperatura bajó y se desató un fuerte aguacero, que nos obligó correr hacia una de las casas para escampar. Las paredes de la casa, eran de tablas, el techo de zinc y tenía dos ventanas con vidrios y cortinas, sobre una de las paredes estaban fijados varios muñecos de felpa, discos y fotos de la familia; un equipo de sonido y una nevera pequeña estaban contra la pared de la sala de la casa.

En la casa nos acogieron un abuelo y su nieto. El abuelo con orgullo nos mostró un nido de avispas: un objeto grande y sólido, cilíndrico, blanco, con pintas negras y verdes, se notaba que estaba formado por anillos superpuestos, en la parte de abajo tenía un agujero que era la entrada al interior hueco, en la parte superior tenía una extensión en forma de brazo que sería para asegurarlo a un árbol.

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A través de la puerta mirábamos el paisaje que tenía como fondo el río, su aspecto era de plomo fundido, determinado por la intensa lluvia.

Al ver que la lluvia no cesaba y que no podíamos esperar más porque nos cogería la noche para llegar al campamento, decidimos subir a la canoa y proseguir el viaje soportando la lluvia.

EL CAMPAMENTO Y EL ALMUERZO

La canoa avanzaba contra la corriente del río y la lluvia descargaba oleadas de agua que nos mojaba y nos enfriaba. Aproximadamente después de una hora cesó la lluvia y llegamos a la meta, un barranco alto por el que subimos y caminamos por un corto sendero hasta el lugar en donde estaba el campamento.

Era una planicie en medio de la selva, ocupada por un conglomerado de palmas yarina. De los troncos de cada palma de 1, 4 y hasta 12 metros de altura, se desprendían entre 20 y 30 hojas compuestas, de la nervadura o limbo de cada hoja de hasta 8 metros de largo, salían entre 50 y 70 pares de foliolos u hojas laminares de 90 centímetros de largo máximo y 6 centímetros de ancho.

Cada hoja tenia forma de peine. Esta palma es muy útil para los habitantes de la selva, entre sus numerosas utilidades, sus hojas sirven para techar las casas. En medio del verdor de este conjunto de hermosas palmas o yarinal, estaba instalado el campamento.

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El dormitorio, era un cobertizo amplio rectangular, abierto por todos lados, formado por un techo inclinado de hojas de yarina, sostenido por postes de troncos finos de árboles bien enterrados; la cocina, un fogón con leños encendidos sobre la tierra y al abrigo de las hojas de una palma y de un mesón alto construido, sostenido con varas de madera y del comedor, una amplia mesa rectangular hecha con 3 grandes tablones soportados por tocones de madera enterrados y de dos largas bancas a lado y lado.

Tan pronto llegamos Mee se dedicó a prepararnos el almuerzo, la patarasca: trozos de pescado recién cogido, con cilantro envuelto en hojas, cocinado en bajo y acompañado de yucapapas cocidas.

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Llegado el mediodía todos nos sentamos a la mesa para almorzar, a degustar la patarasca preparada con mucho gusto por Mee. La mesa estaba servida: una bandeja con la patarasca, trozos de pescado; 2 tazones con las yucapapas cocidas; frutas amazónicas la surba, el copuaza y el macambo y una botella grande de gaseosa. También reposaba en la mesa un frasco grande de vidrio con mojojoyes entre virutas de madera. Cominos este delicioso almuerzo alternado con una agradable conversación.

LA PESCA

Después de un breve reposo nos embarcamos en la canoa, conducida por Jairo y con Meleo que se encargaría de la faena de pesca. La canoa se deslizó aguas arriba. Las aguas del río eran amarillas, por el color de los sedimentos que arrastraba, y aparentemente quietas y más adelante se tornaron grises y oscuras por el reflejo del cielo nublado.

La selva ocupaba las orillas del río, parcialmente sumergida. De repente vimos en un recodo al borde del río, un grupo de monos fraile, que, al sentirnos, se movieron frenéticamente dentro de los árboles, emitiendo estremecedores chillidos, una de sus crías se cayó al agua y la madre se lanzó y la rescató luego desparecieron. El pánico de estos monitos se explica, porque nos confundieron con cazadores que los persiguen y los matan sin compasión para comercializar su carne.

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La canoa fue detenida en un remanso del río, donde Meleo lanzó su anzuelo sujeto a un hilo de nylon y logró pescar: una pequeña piraña con su gran boca llena de finos dientes, que luego cortó en pequeños pedazos y nos los repartió para utilizarlos como carnada para que pescáramos. En corto tiempo ya teníamos un picalón con su espuela venenosa, un bocón, una chiripara y un sábalo. Con estos pescados se dio por terminada la pesca y regresamos al campamento.

LA NOCHE

Ya en el campamento, la tarde oscurecida por el cielo nublado se unía con las sombras de la noche. Mee nos tenía la cena lista: chocolate con patacones y jugo de frutas amazónicas.

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Cenamos y nos impregnamos con repelente amazónico todas las partes del cuerpo descubiertas e incluso sobre la ropa, para evitar la picadura del temible zancudo trasmisor de enfermedades como la malaria, fiebre amarilla, paludismo y el dengue.

Los únicos animales que nos inspiraban miedo eran los insectos virulentos y ponzoñosos, como los zancudos, las arañas venenosas y escorpiones. Los zancudos eran enormes y su zumbido estridente, sentí sus picadas dolorosas, en partes de mi cuerpo que habían quedado sin repelente, incluso me picaron a través de mi ropa.

Se encendieron teas con yesca para iluminar y espantar los zancudos y demás insectos. Antes de acostarnos hubo una animada conversación con los indígenas. Hans manifestó un malestar de estómago y yo le di un sobre de smecta para contener la diarrea, se lo tomó y al rato se mejoró.

En el dormitorio estaban instaladas las 3 pequeñas hamacas de nosotros con sus toldillos y un tendido de hojas de palma debajo. Los 4 indígenas durmieron en el suelo sobre tendidos de hojas de palma y de mantas.

Encima de mi toldillo sorprendí una araña negra con el abdomen abultado, vino Mee la miró y la mato, yo le pregunte, ¿esa araña era peligrosa? Mee me respondió muy tranquila, más o menos.

Nos acomodamos en nuestras hamacas dispuestos a dormir. Acostado, percibí los rumores de la lluvia que caía sobre los árboles y se deslizaba por su follaje y de las hojas de las palmas moviéndose al sentir la caricia del viento, estos rumores eran la melodía que se sincronizaba con el ritmo de los sonidos provenientes del croar de las ranas, los silbidos de las serpientes, los rugidos del tigre y los suaves chillidos de los monos y creaban la más sublime música, originada en la naturaleza de la selva primigenia.

Yo al escuchar esa música, sentía que con mi biología y con mi espíritu, que me iba integrando a la naturaleza, convirtiéndome indisolublemente en un ser selvático. Me fui compenetrando con este entorno natural y sumiendo en un plácido y profundo sueño, hasta despertarme temprano el día siguiente con renovada energía.

CAMINATA EN LA SELVA

Nos levantamos temprano, sacudimos las botas pantaneras para expulsar algún insecto o culebra pequeña que estuviera adentro. Después de desayunar abordamos la canoa y navegamos como una hora, río arriba hasta llegar al sitio que señaló el guía en la orilla para iniciar la caminata en la selva.

Subimos por un pequeño barranco, en el inicio del sendero nos encontramos con una mesa rustica de investigadores, hecha con materiales extraídos de la selva. Caminamos por una selva entresacada, se notaba la ausencia de árboles grandes y valiosos, en los claros de la selva, como el cedro, porque han sido talados, trozados y sacados para comercializarlos.

EL SALADO

Llegamos al “salado” un barranco que tiene la tierra humedecida, enriquecida con las sales y minerales disueltos, en donde los animales selváticos acuden para tomar con sus lenguas estos elementos esenciales para mantener el funcionamiento normal de sus organismos y así permanecer sanos.

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A 20 metros del “salado”, estaba la “atalaya”, una plataforma elevada con escalera, construida con madera extraída del bosque, en donde los cazadores armados se acomodan para vigilar a los animales que acuden al salado para alimentarse, y matarlos con sus armas, con el fin de comercializar su carne.

En el sendero el único animal que encontramos fue una araña grande refugiada en su telaraña, nos contentamos con mirarla.

ESPECIES ARBÓREAS

Los ticunas que nos acompañaban nos dieron una lección de botánica, al identificarnos cada uno de los grandes árboles, sobrevivientes de la tala, con sus características y utilidades:

El cedro hermoso y valioso árbol apetecido por su fina madera útil para fabricar muebles; el renaco (matapalo gigante) le dicen el árbol que camina, porque de sus grandes ramas se desprenden raíces aéreas que se arraigan en el suelo originando nuevos árboles y también atrapan los árboles que encuentran, los estrangula y los secan hasta matarlos; el acapu árbol maderable; el peinemono con sus grandes raíces tablares o bambas, que son utilizadas por los indígenas, como tambores para comunicarse entre ellos; La panchana, con su corteza se fabrica tela, Meleo nos hizo una demostración; el remocaspi, su madera es utilizada para hacer artesanías; el capirona de tronco liso y 20 metros de alto, en su madures su corteza rugosa cambia a lisa; el aguacatillo útil para fabricar las canoas; la pona barrigona o ponilla, árbol con raíces zanconas; la wiconga palma con espinas y las hermosas palmas yarinas.

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En medio de la selva vimos varios restos de tablas esparcidas, dejadas por los taladores, que trozaron, redujeron los arboles a tablas y las sacaron; en otro sitio hallamos un magnifico cedro recién talado, su bello tronco reposaba en el suelo y exhibía su redondo y rojo cuerpo cortado.

Al mediodía finalizamos la caminata y regresamos al campamento.

ALMUERZO EN EL CAMPAMENTO

Cuando llegamos al campamento, Mee vestida con una camiseta amarilla de la selección Colombia nos recibió con el almuerzo preparado: zábalo asado, tostadas de plátano, mojojoyes fritos y jugo de frutas amazónicas.

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En la mesa disfrutamos de este sabroso almuerzo, el postre fue el mojojoy frito, una larva de escarabajo, parecida a un gusano grande, esponjoso, arrugado y amarillo, rematado con una cabecita queratinosa roja y un par de paticas.

Los indígenas se comieron los mojojoyes vivos, sin ningún escrúpulo. Nosotros dudamos en probarlos, sí sentimos escrúpulos y hasta lástima de comernos esos pobres animalitos.

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Al fin decidimos comerlos. Introduje un mojojoy frito en mi boca, resistiendo a la repulsión, lo sentí blando y tibio, lo mordí hasta reventarlo y saboreé una sustancia cremosa y dulce de agradable sabor, me la fui tragando despacio hasta que sentí el crujido de la cabecita.

Después del almuerzo, Meleo nos ofreció un curso rápido de fabricación de canastos con hojas de palma yarina. Terminado el curso, recogimos nuestros equipajes y nos fuimos en la canoa aguas abajo para San Martin de Amacayacu.

Siguiente recorrido: San Martín de Amacayacu

por OMAR SALINAS HERNÁNDEZ
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