Entre el 17 y el 24 de febrero del 2013, estuve en el trapecio amazónico con mi amigo Alberto Sánchez “Beto” y el alemán Hans, gracias al apoyo logístico del plan “para vivir en la selva” que nos ofreció Alejandro Carrasquilla, “Alejo” con su empresa de turismo “Borugo S.A.S.”, un plan de aventura que incluyó el siguiente itinerario:

El primer día, llegamos a Leticia y visitamos la maloca del chamán William, en la que hicimos parte de las ceremonias del mambeo y de la toma de yagé; el segundo día viajamos por el Río Amazonas hacia Puerto Nariño, allí fuimos por el río Loretoyacu a los lagos Corredor y Tarapoto para mirar los delfines rosados; el tercer día navegamos por el río Amacayacu aguas arriba, con escala en la comunidad Ticuna de San Martín, hasta el campamento de selva apoyados por indígenas ticunas, allí dormimos una noche; cuarto día alojamiento en la comunidad de San Martín; quinto y sexto día visitamos la reserva Marasha en Perú; séptimo día regresamos a Leticia; octavo día reconocimiento de Leticia y de Tabatinga (Perú) y el noveno día regresamos a Cali.

Primer día, La maloca de William

Llegamos a Leticia en la mañana y nos dirigimos a la casa de Alejo en donde desayunamos y nos alistamos para salir hacia la maloca. Allí el alemán Hans se nos unió a la aventura. Alejo nos transportó en carro por la única carretera existente en la amazonia, “la carretera narca”. Nos detuvimos en el kilómetro 9, nos bajamos y allí Alejo nos dejó y se regresó.

Iniciamos la caminata por un sendero seco y luego continuamos por un pantano, sobre un tendido de tablas, el área circundante estaba deforestada. Al cabo de media hora llegamos a la maloca.

Esta enorme y majestuosa construcción rectangular, levantada en medio de grandes árboles de esbeltos troncos, sus paredes estaban hechas de hileras apretadas de delgados troncos de árboles de 2 metros de alto, enterrados, con una sola puerta. Su techo estaba hecho de hojas de palma finamente entretejidas, con una abertura triangular en su parte superior para permitir la entrada de aire y luz al interior de la maloca.

Entramos en la maloca, su atmosfera era cálida, húmeda y la llenaba una penumbra acogedora. En la maloca nos encontramos y nos saludamos con el chamán William y un indígena que hizo de asistente del chamán, tres extranjeros y una joven médica que hacia su año rural en una guarnición militar.

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Esta maloca, que pertenecía a una comunidad multiétnica, estaba adecuada para reunir a la comunidad y también para recibir a los visitantes, que venían dispuestos a participar en las ceremonias del mambeo y del yagé.

El proceso de elaboración del mambe

Al medio día el indígena nos ofreció como almuerzo un emplasto hecho con atún. Después de almorzar, se inició el proceso de elaboración del mambe, en el que participamos.

Primero nos dirigimos a la chagra, que estaba cerca de la maloca en la que había un cocal legalizado y varios árboles grandes. El indígena cortó varias ramas del yarumo y luego se ubicó al frente de una mata de coca y entonó una invocación cantada en su lengua, dirigiéndose a los espíritus que residían en las matas y nos lo tradujo lo que había cantado así: “coca, coquita, dame hojas todas para la boca, ninguna para la nariz”.

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Nos explicó que le había pedido permiso a la planta sagrada para despojarla de sus hojas y le agradecía que se lo permitiera, para elaborar el mambe que le traería muchos beneficios a él y a la comunidad, que se reuniría, presidida por el chamán, para tomar sus nutrientes, para que sus cuerpos tengan la energía suficiente para ir a cazar animales y recolectar los frutos de la selva, necesarios para su sustento y al mismo tiempo que lo tomaban, conversar, para intercambiar ideas sobre los problemas de la comunidad y plantear soluciones.

Después frente a cada planta, con nuestras manos arrancamos las hojitas verdes y redonditas de la mata y las depositamos en un canasto de mimbre. Cuando terminamos la recolección de las hojas, volvimos a la maloca con la carga de hojas de coca y de ramas de yarumo y las descargamos en la cocina, allí el indígena tendió una lata en el suelo y sobre ella depositó las hojas de eucalipto y le prendió fuego para convertirlas en ceniza.

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Sobre una estufa de leña encendida se colocó una media tina metálica y sobre ella se esparcieron las hojas de coca para tostarlas. Cuando las hojas estuvieron tostadas se recogieron y se depositaron dentro de un mortero de madera y se mezclaron con la ceniza de las hojas del yarumo y se maceraron con un pilón de madera hasta quedar convertido en polvo, luego el polvo fue tamizado para quitarle las nervaduras de las hojas, hasta obtener un finísimo polvo verde: el mambe.

Ceremonia del mambeo

Al finalizar el día y al inicio de la noche, el chamán inició la ceremonia del mambeo. El chamán se sentó en un tronco de árbol, ubicado en el centro de la maloca, nosotros nos sentamos también sobre troncos de árbol en semicírculo alrededor de él.

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El chamán era un hombre maduro alto y corpulento, su torso desnudo mostraba su piel bronceada, limpia y templada en la que se marcaban los potentes músculos de su pecho y de sus brazos; su cara con rasgos indígenas también tenía una piel limpia y lisa y su cabeza estaba cubierta por una gorra. Tenía un pantalón negro y sus pies calzaban sandalias.

La ceremonia se inició con la toma del ambil, tabaco líquido; el chamán William vertió una masa acuosa y oscura sobre un paño blanco, la envolvió y la retorció hasta que salió a través del paño un líquido espeso y rojizo que fue depositando dentro de una totumita de cerámica, era el ambil, con un palito ungido del brebaje nos untó la lengua a cada uno.

Nos explicó que era necesario tomar el ambil para producir abundante saliva, con la que disolveríamos más fácil el mambe.

Después de tomar el ambil, el ayudante del chamán nos ofreció el mambe, a cada uno nos dio en la boca una cucharada.

Al recibir el mambe dentro de mi boca lo coloqué en un carrillo y mi abundante saliva lo fue disolviendo suave, lentamente y se fue introduciendo por mi garganta hasta mi estómago, sentí su agradable sabor al insuflar el fino polvo y una sensación de placidez al sobrevenirme una bocanada de aire renovado que me llenó de energía y lucidez.

Conversación con el chamán

Mientras ingeríamos el mambe, el chamán nos ilustró con una larga charla sobre su comunidad étnica, los Uitotos; inició explicándonos que los Uitotos han sido desplazados desde su lugar de origen, los andes peruanos, por los Incas, luego por los españoles y finalmente por los caucheros hasta el sitio que actualmente ocupan.

No me gusta la palabra chamán

William manifestó con disgusto que no le gustaba la palabra chamán, porque consideraba que era un error de los antropólogos, que era una palabra ajena a las lenguas indígenas y el prefería que lo llamaran “taita”. Efectivamente el origen y la etimología del término chamán, proviene del sustantivo en idioma tungu de Siberia, que significa “el que sabe” y este del verbo “sha” que significa saber.

La educación del chamán

En cada comunidad uitoto se escogen los hombres más jóvenes y son sometidos a pruebas y sacrificios muy duros, como permanecer un año sin comer dulce, ni sal, ni carne y sin sexo, y a una educación impartida por los sabios ancianos sobre los conocimientos ancestrales de las especies vegetales y animales de la selva; de las plantas medicinales, su preparación y aplicación; los ritos para comunicarse con los espíritus de los animales y las plantas para que les sean propicios; los orígenes cósmicos del pueblo y muchos otros, hasta convertirlos en lideres capaces de modificar la realidad o la percepción colectiva, que se puede manifestar en la facultad de curar, de comunicarse con los espíritus y de presentar habilidades visionarias y adivinatorias.

De entre todos los jóvenes participantes, será elegido uno para ser el chamán, el que mejor haya soportado las pruebas y asimilado las enseñanzas.

La ceremonia de la toma del yagé

A las 8 de la noche el taita dio por terminada la charla para continuar con la ceremonia del yagé.

Se retiró un momento y regresó vestido con el traje ceremonial: camisa, pantalón y un gorro blancos, muy elegantes. De su cuello colgaban un collar de semillas redondas y multicolores, un collar con dos colmillos de jabalí y una banda tejida de colores con papagayos, soles y ranas dibujadas.

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Nos impartió algunos conocimientos del yagé, que él le llamaba caapi: el yagé o caapi es un bejuco o liana de la selva, el brebaje que se prepara con esta planta se le llama ayahuasca, palabra quechua que significa, aya: muerto y waskha: soga, “la liana que permite ir al lugar de los muertos”, es un brebaje alucinógeno que les permite a los indígenas comunicarse con los espíritus, ver el futuro y el origen de las enfermedades para curarlas.

El taita finalizó su charla e indicó que nos trasladáramos a otra maloca más pequeña. Cuando salimos, nos iluminó la luna llena suspendida en el cielo y sobre la copa de los grandes árboles que custodiaban la maloca.

Entramos en la maloca pequeña, los que iban a tomar el yagé: Beto, Hans y los tres extranjeros se sentaron sobre un pequeño graderío y el chamán se situó en la parte baja; la médica y yo observábamos.

El chamán les tocó la lengua a cada uno con un palito untado de ambil y luego les fue ofreciendo el brebaje en totumas de cerámica para que se lo tomaran.

Mientras se tomaban el yagé, el chamán entonó un canto rítmico y cadencioso acompañado con la melodía de una dulzaina, en ese momento la médica y yo nos fuimos para la maloca a dormir en nuestras respectivas hamacas de campaña protegidas por un toldillo, que Alejo nos había dado.

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Acostado en mi hamaca escuchaba el cántico repetido del chamán, los fuertes sonidos que emitían los tomadores de yagé, de sus nauseas, vómitos y me imaginaba las arcadas de los tomadores de yagé, ruidos que se prolongaron hasta la madrugada y me fui quedando dormido.

Siguiente recorrido: Viaje por el Río Amazonas y Puerto Nariño

por OMAR SALINAS HERNÁNDEZ
Picolorense