Viajamos a Tuquerres, que dista 72 km al sur de Pasto, una ciudad que está situada sobre el altiplano Tuquerres – Ipiales a una altitud de 3.070 msnm determinante para que su clima sea muy frío. Ya en Tuquerres pasamos la noche en un hotel modesto pero cómodo.

El viernes a las 7.30 am ya habíamos desayunado y estábamos listos para cumplir con el siguiente itinerario: Llegada a la cabaña de Corponariño; caminata hacia el cráter del Volcán Azufral; descenso a la Laguna Verde y permanencia por un rato; caminata por sendero hasta El Espino (6 horas); almuerzo en El Espino y viaje en la buseta hacia Cumbal.

Llegamos aproximadamente a las 8 de la mañana a la cabaña de Corponariño, cuando descendimos de la buseta, fuimos recibidos por los guardaparques quienes inmediatamente nos dieron instrucciones importantes para la permanencia en el volcán.

Caminata hasta el mirador del Volcán Azufral

Después de terminada la charla, emprendimos la caminata hacia el cráter del Volcán Azufral y la Laguna Verde por un sendero de tierra húmeda, amplio y plano; el ambiente era muy húmedo con escasa visibilidad por la espesa neblina.

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Mirador de la Laguna Negra (izquierda) y la Laguna Verde (derecha)

En el camino nos encontramos con un desfile de numerosas personas con aspecto de turistas; después de una hora de recorrido llegamos a un mirador en la cresta del cráter del Volcán Azufral, que tiene una altitud calculada de 4.070 msnm; la cima estaba poseída por las nubes que oscurecían y humedecían todo el lugar y ocultaban la laguna; todos los caminantes nos cubrimos con capas plásticas, chaquetas y rompevientos para protegernos del frío y de la brisa húmeda.

El cráter del Volcán Azufral y la Laguna Verde

Iniciamos el difícil descenso de los 300 metros de la pared interna del cráter hacia la Laguna Verde; a medida que descendíamos las nubes se fueron disipando, hasta que pudimos ver la inmensa esmeralda en forma de gota de aceite que ocupaba casi toda la extensión del cráter: la Laguna Verde en todo su esplendor.

Llegamos hasta el extremo sur del cráter, que era la única parte accesible, formada por un un amplio playón de arenas blancas y sectores de tierra y de barrancos pardos cubiertos con algunos pajonales, el lugar lo ocupaban numerosas personas reunidas en grupitos. Desde la orilla veíamos el otro extremo de la laguna, que se ampliaba en forma de bomba, semioculta por una nube, y en sus orillas las aguas verdes se confundían con una vegetación baja y tupida.

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Para nosotros los 13 caminantes picolorenses, fue una experiencia placentera, que se manifestó en las sonrisas y gestos de alegría de cada uno; la fotografía del paisaje lagunar, infinito en detalles fotogénicos, fue la actividad más practicada, desde Shamir con su cámara de alta gama, hasta el caminante con su modesto celular.

Foto de grupo en la Laguna Verde

Un momento especialmente animado fue el de la foto oficial del grupo, que se organizó para posarle a la cámara, unos de pie y otros acuclillados de manera que se viera la laguna como fondo; instalé la cámara en el trípode con el temporizador activado para que me diera tiempo de posar y quedar en la fotografía.

La foto del grupo congeló ese alegre momento para que trascendiera en el tiempo como un grato recuerdo digno de ser revivido, resultó la imagen de un grupo alegre y multicolor: 9 de pie y 4 con rodilla sobre la arena blanca, recortados sobre el fondo verde de la laguna y una bandera de Colombia con el logo de Picoloro sostenida por el grupo completaba el cuadro.

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Se distinguen de pie y de izquierda a derecha: yo Omar con mi rompevientos gris y negro; Nancy con chompa azul y gorro inca, sostenida sobre su bastón, con una leve sonrisa; Martha Cecilia, con chompa blanca y azul oscuro, con su sonrisa franca; Natalia con chompa gris y la cabeza cubierta con la capucha, sonriente; Jhon con chompa oscura, sonriente; Nicole con chompa verde limón y su cabeza cubierta con un gorro multicolor, el dedo grande de la mano izquierda hacia arriba y una bella sonrisa; René con chompa roja y una sonrisa enmarcada entre su bigote y su barba corta; Ximena con chompa gris, sosteniendo la bandera con sus dos manos y una leve sonrisa; Martha Inés con chompa verde y su cabeza cubierta con capucha y sonrisa leve.

Con rodilla en el piso: David, el guía indígena, con una chaqueta multicolor, bufanda escocesa al cuello y una cachucha amarilla de cerveza águila en su cabeza, porta una botella plástica y un rostro serio; Ronald con chaqueta y gorra oscura, sostiene la bandera, sonriente; Michel con chompa azul y bufanda, sostiene la bandera y sonriente y Ruby nuestra guía mayor, con chompa blanca, bufanda verde y negra al cuello y polainas también sonriente.

Inicio de la aventura

David fue el guía indígena que contrató René, para que nos orientara por los senderos del Azufral y el Cumbal. Es un hombre bajito de 1.50 metros de estatura aproximadamente y de cuerpo grueso y curtido, proveniente de una etnia del Cumbal.

Hacia las 10.30 de la mañana David se apropió de su papel de guía y dispuso el fin de la estadía en la laguna y el inicio de la caminata hacia El Espino. Ya listos para salir, le preguntamos: ¿por dónde es la ruta? David nos respondió, señalándonos con un dedo, por allá: el extremo norte del cráter, teníamos que pasarnos a la otra orilla de la laguna y seguir por donde solo había agua sulfurosa y vegetación cerrada de páramo, que no dejaba espacio para un sendero.

Le replicamos: cómo íbamos a caminar por ahí si no había sendero, David respondió: tiene que ser por ahí, porque el otro sendero esta impasable debido a que está muy embarrado, convencidos a medias aceptamos la orden que impartió David e iniciamos la caminata por la ruta que él señalo.

Cruzando la Laguna Verde

Pasamos a la orilla derecha y después de recorrer un corto sendero, encontramos al lado izquierdo el agua verde sulfurosa y cálida de la laguna y al lado derecho la vegetación cerrada del páramo que se remontaba sobre la pared del cráter, la única opción para proseguir fue caminar sobre la vegetación, pisando y eludiendo los pajonales, los pequeños arbustos leñosos y una planta parecida a la de la piña conocida como uña de gato, con hojas largas aserradas que cortaban y chuzaban cuando las tocábamos, tratando de apoyarnos necesariamente en ella para evitar caernos en las aguas sulfurosas que estaban entre medio o un metro abajo, cada vez que alguien se hería las manos al tocarla soltaba un ay o un madrazo.

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Nuestro avance fue lento por este difícil paraje hasta llegar al extremo del cráter, duró como 2 horas.

En algunos puntos de la laguna notamos ebulliciones y emanaciones de gases hidrosulfúricos, que pintaban de verde el agua, provenientes del magma incandescente de las profundidades de la litósfera.

El sabio alemán Alexander Von Humboldt, fundador de la geografía moderna, visitó el Volcán Azural en 1801, quien con su gran inteligencia observó: “en una de sus bocas hay una charca hirviente de azufre parecida a la del Puracé” también que “el aplanamiento del cráter del Azufral parece demostrar que es un volcán que arrojó, igual que el Sotará, su cima, antiguamente aguda”.

Los vulcanólogos después de largas y profundas investigaciones concluyeron que en el Volcán Azufral las fumarolas y las solfateras, además de algunos movimientos sísmicos, son las únicas actividades que ha manifestado y que su última erupción ocurrió en 930 A.C.

Primer paso cumplido, estar en el extremo norte del Volcán Azufral

Llegamos al extremo norte del cráter y quedamos dentro de la gran nube que veíamos antes, sus finas gotas de agua impulsadas por los fuertes vientos horizontales nos golpeaban la piel descubierta como la cara, las sentíamos como guijarros que nos punzaban y nos enfriaban, el viento húmedo arreciaba a medida que avanzábamos difícilmente por la cuesta del cráter hacia la cima, a la que llegamos como a mediodía.

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Desde la cima pudimos observar en el cielo un amplio techo de nubes, y hacia abajo la falda del Volcán Azufral se desplegaba cubierta con la vegetación que se extendía ampliamente hasta finalizar en una planicie que se ampliaba en un valle iluminado por el sol, en el que veíamos a lo lejos la colcha de retazos de los minifundios cultivados y un trazado recto de color marrón, la carretera que comunica a Cumbal, el destino final de la caminata.

Desde la cima nos pareció muy fácil llegar a nuestra meta, descendiendo en línea recta por la falda del volcán hasta encontrar la boca del sendero que nos llevaría hasta la carretera.

David se puso a la cabeza del grupo, apropiándose de su papel protagónico de guía, con su voz entrecortada nos informó que él era nativo de esta región y como tal la conocía muy bien y era capaz de guiarnos exitosamente, nos indicó con su mano por donde debíamos bajar, una dirección ligeramente desviada hacia la izquierda, al occidente.

Descendiendo en busca de la carretera que va a Cumbal

Iniciamos el descenso por la empinada cuesta, pisando el suelo empapado cubierto por la vegetación cerrada de páramo y azotada por la fuerte y fría brisa de la nube.

En el trayecto no encontramos ningún sendero ni huella de presencia humana, era un paraje frío y silencioso habitado solo por animales como conejos y ratones de páramos.

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David descendía corriendo hasta que lo perdíamos de vista y luego reaparecía para indicarnos, que esa no era la ruta, porque estábamos desviados 60 grados; obedecimos a David, seguimos con dificultad la ruta que nos señalaba, volvió a correr y a devolverse y a decirnos que estábamos desviados 60 grados de la ruta.

Continuábamos descendiendo, el tiempo avanzaba y el paisaje y el clima iban cambiando, imperceptiblemente la vegetación enana del páramo iba siendo reemplazada por manchas aisladas de bosque y la nube se iba disipando y una tímida luna se insinuaba entre los restos de nubes, sobreponiéndose a la luz solar de las 5 de la tarde.

El grupo durante esta difícil travesía se sintió sereno y seguro, todos estuvimos confiados que saldríamos del páramo y encontraríamos el sendero que nos llevaría a la carretera, caminábamos en fila, cerca uno del otro, apretando el paso cada vez más.

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Solo tuvimos un caso dramático, el de Martha Inés que sufrió un enfriamiento debido a su inadecuada indumentaria que dejó pasar el agua que mojó su cuerpo hasta entumecerle las manos y generarle fuertes temblores que la pusieron muy nerviosa; Ruby y René la auxiliaron oportunamente y lograron estabilizarla y sacarla del trance.

También tuvimos momentos de regocijo que nos proporcionó Martha Cecilia, quien iba anunciando la información que le suministraba su ultramoderno reloj, que tenía varias funciones, entre ellas dar la hora, una de las funciones era informarle la cantidad de calorías que ella iba quemando en cada trayecto determinado, decía he quemado 20 calorías acompañando el anuncio con su contagiosa risa que nos hacía reír a todos.

Otro detalle de la caminata fue el lazo de amistad que se creó entre Ronald y David, caminaron juntos y conversaron animadamente; en un momento Ronald le pregunto a David: que pasa David que nos llevas a toda carrera en una dirección y nos haces devolver para hacernos caminar en otra y no encontramos la salida, ¿será que estás perdido?, y David le respondió: yo voy bien porque conozco el camino, la culpa es de ustedes porque no saben caminar, y Ronald le preguntó: ¿cómo se debe caminar? David le contesto haciéndole una demostración, se puso a correr en círculos como un conejo.

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Después de unas 7 u 8 horas de estar caminando sin descanso, siendo por ahí las 5 de la tarde, por la fatiga que empezábamos a sentir caímos en cuenta que no habíamos almorzado, solo habíamos comido el mecato y el líquido que habíamos llevado en nuestras mochilas, empezábamos a ser conscientes del cansancio, pero seguíamos caminando con mucha decisión.

También ya empezábamos a desconfiar de David por su errática guianza y temíamos que llegara la noche y nosotros siguiéramos en el páramo. David insistió tercamente en proseguir la marcha por el camino que proponía, nos aseguraba que esa era la ruta que nos llevaría al sendero, la recordaba muy bien, le hicimos caso una vez más, nos dirigimos a la izquierda, entramos a un túnel que formaba un bosque que tenía un suelo de lodo negro, el ambiente era húmedo y oscuro, después de caminar unos 20 minutos nos topamos con una inmensa pared de roca que nos impidió continuar, nos hemos desviado 60 grados del camino explicó David y nos devolvimos por el mismo camino, cuando salimos del túnel ya estaba cayendo la tarde y la noche se insinuaba.

Analizando cómo salir del páramo

Nos ubicamos al borde de un barranco para observar el panorama y a pensar y conversar cómo podríamos salir del páramo, definitivamente nos convencimos que David no conocía la zona, por su errática guianza, que no podíamos seguir confiando en él y que debíamos asumir nosotros la responsabilidad de la orientación y buscar el sendero por nuestra cuenta, mejor descargamos esa responsabilidad en Ruby y le solicitamos que nos siguiera guiando porque sabíamos que ella era caminante muy fuerte y una guía de montaña muy experimentada con una buena intuición.

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Desde el barranco miramos hacia la izquierda, al oriente, a un kilómetro aproximadamente estaba una torre que servía de soporte de cables de energía de alta tensión, el primer signo de civilización que veíamos y al pie de la torre vimos en el terreno una tenue mancha café y Ruby dijo con seguridad señalando con su dedo: allá esta la boca del sendero, vamos. David enojado se opuso afirmando que por allí no se podía porque había cercos por los que no podíamos pasar, pero esta vez no lo atendimos y seguimos a Ruby.

Y empezó a acompañarnos la luna

Ya era de noche cuando reiniciamos la caminata, una noche con plenilunio, la luna reflejaba entera su luz prestada del sol sobre el páramo iluminando todo, haciendo visible los lugares por donde transitábamos, facilitándonos la caminata en su último tramo, fuimos muy afortunados en tener sobre nosotros tan hermosa luna, inspiradora de cantautores y poetas como al ingeniero poeta tolimense Diego Fallón, que le escribió un poema titulado La Luna, a continuación transcribo su primer verso:

“Ya del oriente en el confín profundo
La luna aparta el nebuloso velo,
Y leve sienta en el dormido mundo
Su casto pie con virginal recelo.”

Llegamos hasta el pie de la torre y confirmamos que la mancha café sí era la boca del sendero, que marcaba el límite entre el páramo y el bosque húmedo que seguía a continuación.

La luna primorosa nos miraba complacida desde lo alto, queriéndonos decir los seguiré acompañando con mi luz hasta que lleguen a la meta.

Entramos al sendero caminando con paso rápido y seguro, después de un largo trayecto encontramos un cerco con un portillo que permitía la continuidad del sendero y a la izquierda otro sendero, tuvimos que decidir rápidamente por cual sendero seguiríamos, David se anticipó a decidir, sigamos por el de la izquierda, dijo, el grupo respondió unánime: por ese no, sigamos por el que vinimos, para abajo, al norte, pasamos el portillo y continuamos.

Avanzamos otro largo tramo y ya avanzada la noche, notamos con sorpresa que el sendero desaparecía delante de nosotros, estaba cortado por un abismo que nos obligó a detenernos a mirar que había pasado y vimos que el abismo era el corte sobre la montaña de una cantera, y abajo había una casa grande y después estaba la carretera, habíamos llegado a la meta.

Nos tocó buscar la manera de bajar, David que no se resignaba a perder su papel de guía, tercamente nos dijo: sigan por la izquierda, no lo seguimos y en ese momento comprendimos porque David se comportaba de esa manera, siempre tirando a la izquierda: David era un izquierdista. Comprobamos que por la izquierda seguía el abismo imposible de bajar.

Una voz diferente a la de los 13 Picolorenses

Abajo desde la casa escuchamos la voz de una mujer, que alarmada nos preguntó quiénes éramos, qué nos pasaba, alguien le respondió las preguntas, la señora se tranquilizó y en seguida le preguntamos por dónde era el camino para bajar; la señora amablemente nos dijo: por la derecha de ustedes, el sendero sigue por el bosque, bajamos por ese sendero hasta la casa.

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Llegamos a la ansiada meta a las 8.30 de la noche después de unas 10 horas y media de caminata

Rumbo a Cumbal

René se comunicó con el conductor de la buseta que nos estaba esperando en El Espino para que nos recogiera sobre la carretera al pie de la casa; llegó la buseta, nos subimos y nos acomodamos para descansar y manifestamos la aspiración de encontrar un restaurante abierto para tomar una comida caliente que nos quitara el hambre y el frío que teníamos, pues estábamos sin almorzar, ni cenar.

Llegamos a Cumbal (cabecera municipal del municipio) aproximadamente a las 9 de la noche, entramos por una calle amplia y bien iluminada con luces artificiales, con hileras de casas bien construidas con techos de barro, todas cerradas, ninguna persona en las calles, ni perros, solo encontramos frío y silencio.

El restaurante con la comida caliente fue una ilusión insatisfecha. La buseta nos dejó al pie del hotel, una casa modesta pero amplia, cómoda y limpia, nos acostamos para dormir bien y amanecer descansados para madrugar el sábado para emprender la tercera y última jornada de esta excursión: Volcán Cumbal.



por OMAR SALINAS HERNÁNDEZ
Picolorense