Con el ansia y el temor que cobija la primera vez de una aventura, sentí un leve cosquilleo en mi estómago, una lujuria leve de desnudar un nuevo paisaje, aunque desconocido muy deseado. Emprendí un pequeño viaje (5 horas aproximadamente por carretera), sin dormir, con la zozobra de lo que me esperaba y de lo que mi cuerpo y mente estaría por experimentar próximamente.

Día 1: El Cedral – Finca El Jordán

Completamente excitada, con los nervios de punta pero la sangre caliente en medio del leve frío, esperé ansiosa a iniciar mi travesía; emprendí mi camino en compañía de valientes y fuertes montañistas, a su lado yo era solo una principiante, pero con toda la adrenalina desprendida de mi piel, como el agua que brota de las montañas.

Impresionándome de la naturaleza

Mis primeros pasos, fueron fuertes pero a la vez sigilosos, me adentraba poco a poco en el bosque, observé con detenimiento mis alrededores; árboles, abundante vegetación, río caudaloso y sonidos abrumadores; llegué a un punto sin igual, una hermosa caída de agua en donde quise quedarme.

Vi caer de su silueta agua pura, y algo me llamó mucho la atención; en medio de la selva y su humedad, un resguardo para dos imágenes bellas y motivadoras: El divino Niño Jesús y su madre santa, no pude evitar tomar una fotografía, no me lo hubiese perdonado después.

Vi un perro guardián, tan hermoso como aquel que solo existe en las historias irreales, pero esta es real, vi caballos atravesar el río, pero no cualquier río, un río que escondía en su defecto, mucha magia y encanto.

Estuve entre la cruz, el caballo, la casa de las palomas y las verdes montañas (momento sin igual), crucé un pequeño puente mágico, vi las mulas pasar y llegué a un monumental aguacero de flores: La Pastora.

Pausa y continuar

Descargué el peso sobre mi espalda y me di a la tarea de contemplar detenidamente las flores mágicas, sentí desfallecer, no podía continuar cargando el peso sobre mi espalda, pero un pequeño saltamontes, tuvo la amabilidad de socorrer mi debilidad.

Continué con cansancio en mis piernas y con la palabra en mi mente: «quiero descansar». Pensé que los ángeles no podían ser de carne y hueso, pero creo que sí, dos ángeles de sangre pereirana, me dieron a compartir de su vianda, creo que recobré energías y más adelante descansé y me alimenté un poco más. Con fuerzas y renovada, me cargué de coraje para admitir nuevamente la carga sobre mis hombros.

Llegada a la Finca el Jordán

Tras unas horas después, llegamos a lo más semejante al paraíso: Finca el Jordán, con el estrepitoso aire en mis oídos, con la silueta de una pareja de gorilas espalda plateada, dándose un beso que en su defecto hace brotar en cascada su significante amor, con el calor de una familia de gran nobleza (La familia Machete), y con las rozagantes mejillas de Andrea, me sentí por un momento tan maravillada que quise no irme de allí jamás.

Nunca espero regalos, pero si algo es normal, es que los tengas en días especiales, no en medio de la montaña cuando emprendes una travesía sin medida, pero mi mundo es mágico y diferente, yo si los tuve, un pequeño saltamontes, me sorprendió con cautela y me robó una sonrisa, en medio de la fría y oscura noche.

Observé la gigante luna en medio de un confuso atardecer y sin saberlo cerré mis ojos para dar paso a un nuevo amanecer.

Día 2: Finca El Jordán – Laguna del Otún

Seguí mi camino, pero esta vez con más fuerza y con alma aventurera, entre montañas y más altura, tuve una hermosa flor amarilla entre mis manos. Legué a un sitio lleno de verdad y que brotaba tanto altruismo que quise contagiarme de él, llegamos a la «escuela», indudablemente un sitio acogedor y de gran valor.

Contacto con los frailejones

Luego nos adentramos en caminos de gran altura y de repentinos cambios, un notable cambio de vegetación me sumergió en medio de una inmensa familia de frailejones, no voy a negarlo, no pude contenerme y abracé a uno de ellos, aunque mi conversación tan intima, no puedo narrarla, no quiero romper nuestra promesa.

Maravillada con el viento que me empujaba, los frailejones y la vista de los nevados, por un momento pensé que había llegado a mi destino, es más, tengo que confesar que le hablé a una pequeña laguna y le dije lo siguiente: «Solo quiero escribirte un poema o recitarte un verso, no pretendo quedarme, porque sé que no soy digna de ello, pero déjame admirarte y llevarte en mis recuerdos, pequeña Laguna Mosquito, despertaste mis anhelos, quiero desnudarte lento y llevarte en mis recuerdos.»

Laguna del Otún y mi llegada

Sabía que estaba cerca, así que aceleré mi paso, y lo último que vi, antes de sentir el nivel máximo de excitación, fue un pequeño puente que subí ansiosa, un olor a azufre y un ligero viento, descubrieron mis ojos y me llevaron a verte, escultural Laguna del Otún.

Solo respiré profundo y aceleré aún más mi paso, medité, oré, agradecí, y llegué a una conclusión: eres mágicamente atractiva y placenteramente excitante.

por MÓNICA MONSALVE
Picolorense