Esta travesía o larga caminata que se inició desde Pueblo Pance en la cuenca del río del mismo nombre, hasta Villa Carmelo en la cuenca del río Meléndez, tuvo una distancia de trece kms y ocho horas de recorrido. Sus guías fueron René Alejandro Huertas y Yazmín Morales. Nancy Caicedo actuó como apoyo de los guías.

El punto de encuentro fue en la fuente del centro comercial Holguines, ubicado en la carrera cien con calle once, sur de Cali a las siete de la mañana.

Nos reunimos los veintinueve caminantes inscritos, incluidos los dos guías. Compartimos alegres y optimistas saludos, y la eufórica y bulliciosa Claudia nos presentó a sus amigos y familiares que la acompañaban, entre ellos al “tío”: un señor cincuentón, gordito, simpático y risueño.

En guala hasta Pueblo Pance

Cuando el grupo estuvo completo abordamos las dos gualas o camperos adaptados para el trabajo pesado de rodar por las duras carreteras de la montaña. Los conductores de las gualas, don Carlos y su hijo Carlitos que usualmente prestan el servicio de trasporte a los caminantes de Picoloro, siempre cumplidos, responsables y joviales, nos condujeron con destreza y conocimiento por las laberínticas vías pavimentadas de Ciudad Jardín y del sector urbanizado de Pance, lleno de grandes mansiones y edificios, que nos acortaron camino hasta llegar a la gran vía ampliada que bordea el Ecoparque del río Pance hasta terminar en La Vorágine, ya en el corregimiento de Pance, en donde pasamos el puente sobre el río, lugar en donde se concentran tiendas, piqueteaderos, restaurantes, balnearios y bailaderos muy visitados por turistas y paseantes, lugar en donde encontramos un gran número de ciclistas.

A la izquierda se inicia la carretera que va hasta las veredas El Peón y Pico de Águila, y a la derecha la carretera que va a Pueblo Pance, que se dirige ascendiendo hacia los Farallones. Por esta segunda vía continuaron las gualas, una primera parte pavimentada y la mayor parte sin pavimentar, pero en buen estado.

Hacia las 8.30 am llegamos a Pueblo Pance, cabecera del corregimiento, asentado en la base de los Farallones de Cali, que se elevan con sus soberbios picos al oeste, que no pudimos ver porque estaban encapotados por grandes y espesas nubes que se extendían por todo el entorno, humedeciéndolo y refrescándolo. Descendimos de las gualas y caminamos por la calle pavimentada y mojada. A la derecha se sucedían locales en donde funcionaban tiendas y restaurantes, que eran dominados por el templo ubicado sobre la cima de una loma, a la izquierda, en donde se estaba celebrando la misa.

Los caminantes se dirigieron a buscar desayuno unos y otros baños. Después de satisfacer sus necesidades, el grupo caminó calle arriba en medio de los negocios y de casas con jardín. En la mitad de la calle nos encontramos con un amable señor de la tercera edad, que, apoyado en su bastón, nos saludó y nos manifestó: “bienvenidos caminantes, me alegra mucho tenerlos en mi pueblo, un paraíso terrenal, que les vaya bien en su caminata”.

Pasamos por el puente el rio Pance, que descendía brioso con sus abundantes aguas cristalinas y espumosas saltando sobre las grandes rocas; cerca al puente en una rústica caseta, cual cuerno de la abundancia, se exhibían para la venta: bananos, mangos, papayas, piñas y otras frutas. Nos dirigimos y nos ubicamos en un llanito con prado a la orilla del río y formamos un circulo para escuchar la descripción de la ruta y las instrucciones para la caminata de parte de René y para hacer el calentamiento dirigido por Yazmín.

La atlética y hermosa Yazmín que lucía elegante con sus botas pantaneras, dirigió el calentamiento: estiramientos de cabeza, de brazos, de tronco, de cadera y de piernas terminando con un trotecito en el puesto y palmadas sobre el cuerpo para estimular la circulación, ejercicios, que todos los caminantes seguimos.

Entre los caminantes distinguí a la incansable Nancy, al gran Héctor, a la bella Viviana feliz con su pareja; los demás en su mayoría son de la nueva generación de caminantes con Picoloro: mujeres y hombres jóvenes, a excepción de unos cuatro caminantes mayores, expertos y en buenas condiciones físicas, entre los que me incluyo; bien equipados con sus licras negras y coloridas que destacaban los cuerpos esbeltos y atléticos de las jóvenes. Terminado el calentamiento cargamos nuestras mochilas y bastones y emprendimos la caminata con decisión y entusiasmo.

Inicia la caminata

Ascendimos por una placa huella moderadamente inclinada hasta una caseta adornada con una bonita pintura de pájaros y la frase “por aquí Villa Cielo” y una flecha que señalaba a la derecha, por donde continuaba la placa huella muy empinada. Por allí continuamos la caminata rumbo a cerro El Trueno.

El grupo encabezado por Yazmín asumió un ritmo acelerado. A medida que subíamos observamos a la derecha y a la izquierda el panorama de las nubes que cubrían los picos de los Farallones y más abajo el caserío de Pueblo Pance, asentado en la cuenca del río Pance y más lejos la cascada del Topacio. Pico de Loro que está más arriba no lo vimos porque estaba nublado.

Continuamos subiendo a buen paso hasta que se terminó la placa huella y seguimos caminando por un sendero conformado por barrancos hasta que llegamos, después de más de una hora de caminata a un terreno plano con prado natural rodeado de árboles, un lugar próximo a la cima del cerro, en donde se hizo la primera parada para reunir el grupo y descansar.

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Entre las mujeres jóvenes se distinguían Claudia Lis con sus amigas alegres y bullosas, que durante todo el trayecto conversaron y se rieron a carcajadas, en un derroche de energía envidiable. Se tomaban selfis y comentaban en voz alta en medio de carcajadas: “el tío no llega, que le habrá pasado, se quedó, se perdió”.

Mientras tanto la atlética Marha, instructora de gimnasio, que subió la cuesta con paso sosegado pero fuerte y seguro, con su cabellera recogida en un moño, con sus pantalones cortos, medias verdes y chaqueta rosada sobre su camiseta, hacía un ejercicio de estiramiento sobre el piso.

Después de un buen rato, ya recuperados y sin que apareciera el tío, continuamos la caminata por un bonito sendero empradizado que descendía en medio de un bosque lleno de flores que luego se convirtió en una subida con barrancos, el paso se volvió acelerar.

Al cabo de casi dos horas, después de caminar por un sendero cada vez más empinado, llegamos a la cima del alto de San Pablo a dos mil cuatrocientos metros de altitud, sobre el que se levantaba un bosque de niebla, con árboles altos y una espesa vegetación baja en la que se destacaban los prehistóricos helechos gigantes entre la neblina, con sus hojas o frondas en forma de abanico, sucesivamente divididas y subdivididas en forma simétrica, dándole un aspecto totalmente armónico, una obra de arte natural.

Aquí ocurrió la segunda parada para reagrupar y para recuperar a los caminantes. Unos se sentaron sobre el piso húmedo en actitud meditativa, otros aprovecharon para merendar y otras lideradas por la muy expresiva y alegre Claudia con su grupo de chicas bulliciosas, que al enterarse que habíamos llegado todos menos el tío, entre sorprendidas o apesadumbradas o alegres, más bien eufóricas porque se expresaban en voz alta. En medio de carcajadas exclamaban: “Ay, el tío no aparece, se ha perdido o se habrá muerto, tenemos que pedir ayuda para que lo rescaten o prepararle en buen entierro”.

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Estando en esas apareció René, que era el guía “rastrillo”, solo, y nos dijo: “el tío viene muy atrasado. A una hora y media”. Las bulliciosas exclamaron en medio de risas: “pobre tío, ahora debe estar muerto, le haremos un buen velorio”.

A la media hora, ya descansados, nos reincorporamos para proseguir con la caminata. A continuación, se abrían en medio del bosque dos senderos, uno a la derecha, “este va hasta El Otoño, que queda más o menos a una hora y es suave”, nos explicó René. “Voy a esperar al tío y lo voy a bajar por aquí, el otro sendero va a la cascada Tres Haches, es un sendero más largo y difícil”.

Camino a la Cascada las 3H

Me sorprendí cuando René informó que seguiríamos hacia la cascada y no hacia El Otoño, una pequeña meseta que está más abajo, que era la ruta que ya había hecho varias veces y desconocía la ruta hacia la cascada.

Descendimos por un sendero estrecho y húmedo hasta que llegamos a un terreno plano en el que se derivaba otro sendero a la izquierda. Antes de llegar escuché unas pitadas. Era Héctor que pitaba para que la oyera y se devolviera un caminante: Ricardo, que se había adelantado y había continuado por el mismo sendero. El caminante escuchó los pitos y se devolvió, se integró al grupo que continuó por el sendero correcto, el de la izquierda.

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El sendero se adentraba en medio de un bosque con grandes árboles de troncos cilíndricos muy altos, parecidos a los robles, tapizados de musgo que eran iluminados por los rayos solares que lograban colarse por entre el apretado dosel. Era una imagen semejante a un cuadro pintado por un excelso artista; por su aspecto deduje que este era un bosque primario, no intervenido por el hombre, una selva húmeda andina que cubría una amplia extensión de la ladera de la montaña de la cordillera occidental, un prodigio de la naturaleza que se ha conservado y que ojalá sea preservada para seguir apreciando esta maravilla natural que nos presta vitales beneficios, entre ellos el agua, para sustentar la vida de las comunidades humanas.

Seguimos caminando por un sendero que apenas se distinguía entre la intrincada vegetación, con fuertes ascensos y descensos, con muchos obstáculos naturales para caminar. La caminata por este sendero fue larga y difícil. Sobre el piso del sendero húmedo, lodoso y resbaloso, encontramos rocas fragmentadas con aristas filudas, troncos y ramas de árboles atravesadas, que teníamos que pasar agachados por debajo cuando estaban altos o saltarlos por encima cuando estaban bajos, grandes hojas de árboles caídas, filamentos de raíces de árboles y bejucos cubrían el piso liso del sendero; al pisar confiados las hojas nos resbalábamos o nos enredábamos en las raíces y bejucos que a veces no los veíamos y nos hacían perder el equilibrio. Teníamos que andar con mucha cautela y despacio asegurando el paso, con la vista puesta sobre el suelo para ver los obstáculos, arriba para ver las ramas bajas de los árboles y a unos metros adelante alternativamente para evitar una caída que podría causar un accidente fatal.

Mis escasos conocimientos de botánica no me permitieron identificar las numerosas y variadas especies vegetales del bosque, solo distinguí la ortiga o pringamoza, planta baja que crecía bajo los árboles, la distinguí por sus grandes hojas verde oscuro, aserradas, cubiertas por unos pelillos adheridos a unas vejiguitas llenas de un ácido que al rozarlos con la piel la chuzan y derrama el ácido, que produce una irritación dolorosa por un rato. Las hojas de esta plantica, en medio del bosque oscuro irradian la luz contenida en el ácido guardado en sus vejiguitas.

Todos los caminantes se desempeñaron muy bien en este difícil trayecto, caminaron con destreza, decisión y con gran vigor sorteando todos los ascensos y descensos fuertes, con obstáculos, sin presentarse ningún accidente salvo algunas caídas sin consecuencias que producían exclamaciones y risas. También hay que destacar el apoyo mutuo que nos préstamos para salvar los obstáculos.

Entre los caminantes destaco a la señora Claudia Ramírez, que en un momento nos fue pasando a todos y siguió caminando adelante del grupo. Caminaba de una manera sutil y sin esfuerzo, salvando los obstáculos fácilmente como si estuviera levitando.

Avanzamos sin tregua, por momentos me sentía muy cansado a punto de desfallecer con ganas de parar, pero mi fuerza psíquica se impuso a la física, inyectando energía renovada al cuerpo que lo impulsaba a seguir caminando y olvidar el cansancio.

Escuchábamos el sonido del agua en movimiento y nos ilusionábamos con la cercanía de la cascada, y no aparecía, pero nos encontramos con la quebrada San Pablo que corre en medio de la espesura del bosque bajando por la ladera de la montaña para encontrarse con el rio Pance. Tuvimos que pasar la quebrada sobre la que reposaban numerosos troncos y ramas de árboles, un obstáculo adicional que tuvimos que sortear con dificultad.

Pasamos la quebrada y subimos por una larga pendiente y luego bajamos hasta que escuchamos el ruido distintivo de la cascada hasta que divisamos una parte de ella, que luego se ocultó hasta que, al finalizar la bajada, después de caminar tres kilómetros en tres horas a partir del alto de San Pablo, se nos presentó la cascada de cuerpo entero a una distancia de unos cien metros.

Cascada las 3H

Un enorme y cristalino chorro de agua que se precipitaba verticalmente desde una enorme roca muy alta y caía sobre el piso estruendosamente formando un gran charco que se escurría por una depresión del terreno rodeado de grandes árboles. Al precipitarse la enorme y hermosa cascada despedía una intensa brisa que impregnaba todo el lugar, refrescándolo y humedeciéndolo.

Esta cascada está acompañada de otras dos. Al lado derecho se derrama un manto de agua que se precipita por una roca plana y a la izquierda otra cascada que se ve fragmentada, se abre paso entre la tupida vegetación. Algunos valientes caminantes desafiaron el frío del agua y del ambiente muy húmedo y se bañaron en el charco de la cascada.

De mi mochila saqué mi cámara Nikon, que la había tenido guardada durante el recorrido del trayecto por el bosque, para hacerle fotos a la cascada y a su entorno. Tuve que hacer las fotos y video de afán por el temor que la brisa que lanzaba la cascada la humedeciera y me la dañara, y además empezaron a caer grandes goterones verticales de la nube que estaba encima, que iniciaron una intensa lluvia. Ante la amenaza de la humedad y de la lluvia, me tocó suspender la fotografía, guardar la cámara y salir. Algunos caminantes se adelantaron en salir y luego salimos los demás.

Tramo hacia Villa Carmelo

Yazmín instruyó a los adelantados para que no se fueran a perder: cuando encuentren dos senderos, tomen el de arriba. Salimos, empapados por una recia lluvia, subiendo por el sendero que antes habíamos bajado, llegamos a la bifurcación y tomamos el sendero de arriba. Era un sendero plano, amplio, amigable de siete kilómetros de largo que nos llevaría hasta Villa Carmelo.

La tupida selva quedaba atrás, era un sector intervenido por el hombre que había talado los árboles. El sendero se trasformó en una amplia y cómoda avenida para transitar. Llegamos y pasamos por un amplio llano cubierto por pasto, en donde encontramos una casa y una hilera de camperos estacionados sobre una planicie y un grupo de personas que nos saludaron. Observamos las laderas montañosas verdes cubiertas de hierba en lugar del bosque ya talado y vimos una de sus cimas completamente calva.

En uno de los recodos del camino nos encontramos con un helecho gigante que desplegaba su abanico de grandes hojas simétricamente divididas, al que nos acercamos para admirarlo y fotografiar sus detalles.

Avanzamos hasta que el amplio sendero trazado en el terreno abierto, se convirtió en una carretera empedrada y nos encontramos con la enorme casa de madera de los alemanes, que sirve de acceso a la cascada alemana. Pasamos por el largo puente amarillo sobre el río Meléndez ya en la vereda de La Candelaria del corregimiento de Villa Carmelo. Continuamos por la carretera que bordea el río Meléndez, que corre impetuoso con sus aguas limpias y espumosas cabalgando sobre grandes rocas redondas.

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Después de pasar el puente, paré en la orilla derecha de la carretera y cerca al río para descansar y tomar agua. En ese momento al otro lado de la carretera, en la parte alta de unos árboles, escuché un fuerte aleteo y un canto parecido al de los gallos. Agucé mi vista y observé un ave grande que volaba entre las ramas del árbol junto con otra, creí que eran aves rapaces. Una de las aves se posó sobre una rama y la pude ver con claridad: era un pájaro grande, de color rojo intenso y sus alas negras, su cabeza en forma de un copete con dos ojos a lado y lado, bien redondos y blancos con la pupila negra y un piquito corto.

Había tenido la suerte y la dicha de encontrarme con dos gallitos de roca, que siempre que caminaba por esta zona tenía la ilusión de verlo sin lograrlo. Emocionado enfoqué mi cámara hacia los pájaros con la intensión de hacerle unas buenas fotos al gallito. Fue difícil lograrlo porque estaban dentro del follaje y se movían continuamente revoloteando, pero al fin logré algunas fotos no muy buenas, cuando se posaban brevemente sobre las ramas.

Me quedé solo y de último por estar ocupado retratando el pájaro, los caminantes me habían pasado. Reinicié mi marcha a paso acelerado por la amplia, plana y recta carretera que más adelante se trasformó en una placa huella, era el largo trayecto final de la caminata.

Llegada a Villa Carmelo

Después de completar casi ocho horas de caminata llegué al crucero de Villa Carmelo, pasé la vara en donde me encontré y me saludé con Nancy y otros caminantes que estaban descansando bajo un techo y a mi amigo John Tolo y a mi amiga Ingrid Lucero, habitantes y guías de la comunidad de Villa Carmelo.

Entré al local de Mauricio, en donde hay dos salones, uno el del billar con dos mesas y otro para el restaurante con mesas y asientos en donde siempre son bien recibidos los caminantes, ciclistas y paseantes que frecuentan el lugar, sobre todo los domingos; con buena música amplificada y buena atención, llegan temprano a desayunar con café, aguadepanela con genjibre, arepas, empanadas, buñuelos, papas aborrajadas y rellenas, o al mediodía a almorzar con sancocho de gallina o pollo con gaseosa o cerveza.

Al entrar me sorprendió un alegre bullicio del grupo de caminantes que se habían adelantado liderado por la entusiasta Claudia Lis, que estaban sentados a la mesa sobre dos largas bancas degustando sendas cervezas, conversando en voz alta, conversación acompañada de sonoras carcajadas.

¿Estaban celebrando con cerveza para desacalorarse, relajarse y celebrar la finalización exitosa de tan larga y ardua caminata?, pensé yo, pero según la conversación que escuché, el tema era el tío que no aparecía. Se burlaban del pobre tío, simulaban llorar por su desaparición y habían solicitado café para su velorio.

Estando en esa guachafita llego René solo y nos explicó: “Esperé al tío como una hora y media en el lugar en que nos despedimos y lo bajé por el sendero que va al Otoño, como les había dicho. El tío caminaba demasiado despacio hasta que llegamos a la Candelaria, a la caseta comunal, allí paramos. Me comuniqué con don Carlos para advertirle que estaba bajando con un señor que venía muy lento; que si llegaba nos esperara hasta media hora, y si no se fuera con el grupo. Luego llamé a John Tolo para que me hiciera el favor de subir en la moto para que bajara al tío”.

De pronto el tío apareció. John Tolo lo había traído en su moto desde un poco más abajo de La Candelaria. Su hermana Claudia lo recibió con la siguiente expresión: “Ay tío nos dañaste el velorio y el entierro que te teníamos preparado”. El tío escuchó y respondió con una tímida sonrisa y dijo dirigiéndose a Yazmín, “gracias por sus señales de harina en el piso, me sirvieron para orientarme,
sino me habría perdido”
.

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Y así con la aparición del tío en buenas condiciones, tuvo un final feliz la travesía Pueblo Pance Villa Carmelo

por OMAR SALINAS HERNÁNDEZ
Picolorense